«Uno de los mitos más difundidos del psicoanálisis es que para Freud
todas las enfermedades mentales pueden curarse mediante el análisis de
los conflictos sexuales inconscientes originados en la niñez. Una parte
del mito es cierta, pero está basada en la premisa falsa de que sexo y
sexualidad son lo mismo.
Sigmund Freud planteó que las perturbaciones mentales y el
sufrimiento psíquico tienen su origen en la sexualidad. Usualmente, las
personas asocian a ésta con el sexo, es decir, con el coito genital,
pero el concepto es mucho más amplio. Freud descubrió que la sexualidad
no inicia en la pubertad sino en el momento del nacimiento, y que no se
puede reducir a lo genital.
Pulsiones, instintos y placer sexual
Para Freud, las metas del placer y de la procreación no son las
mismas; el placer sexual puede surgir
de cualquier zona del cuerpo y
está íntimamente vinculado a su concepto de pulsión. A diferencia de los
instintos de los animales, las pulsiones se sitúan entre lo biológico y
lo psíquico pues, aunque provienen del cuerpo, tienen una
representación psíquica que se construye a partir de las experiencias
afectivas y sensoriales de la temprana infancia, y son diferentes en
cada persona.
Todos nacemos con pulsiones vitales cuya energía sexual llamamos libido. A su vez, cualquier conducta que surge desde una zona o región erógena del cuerpo —boca, ano, ojos,1 Jacques Lacan (1901-1981) consideraba incluso la mirada en este rubro. voz, piel, etcétera— y que, conectada a una fantasía, provoca placer, es considerada sexual.
El recién nacido experimenta placer ante la estimulación de cualquier
zona de su cuerpo. En un principio, todo el cuerpo es erógeno pero, a
través de su relación con la madre, se enfatizan lugares específicos:
las «zonas erógenas».
1. Etapa oral. El bebé conoce el mundo y se
relaciona con él por medio de la boca. Su primer objeto de amor es el
pecho de la madre; cuando ella lo retira, el bebé anhela su retorno y,
para calmarse, alucina que existe y obtiene una satisfacción parcial. El
contraste con la realidad provoca que el bebé llore para que el pecho
reaparezca.
Los seres humanos quedamos anclados en ese momento y vivimos buscando
la primera vivencia de satisfacción con este pecho —el objeto perdido—
que ya no retornará, pero que dejó una huella vital.2 Sin
duda, esta pérdida de amor oral nos remite a una pérdida mitológica por
excelencia: la del Paraíso, la expulsión de Adán y Eva del Edén por
consecuencia de una gratificación oral: un mordisco a la manzana
prohibida.
Las vicisitudes en la etapa oral —un amamantar incierto, la
incapacidad para atender las demandas del hijo en la dosis adecuada—
provocarían un estilo de «carácter oral», cuyos rasgos más
sobresalientes son: la voracidad, la insatisfacción, la falta de
saciedad
y la dependencia, los cuales se pueden manifestar de manera
física, por ejemplo, en la obesidad; o emocional, en las personas que
son sumamente dependientes y adhesivas.
Es la madre deseante quien, con su ternura, su amor y los cuidados que le dispensa al bebé, despierta, poco a poco, su sexualidad. Esto implica que existe una seducción originaria y que la sexualidad nos viene del otro.
2. Etapa anal. En la medida que pasa el tiempo, el
niño obtiene placer del control de sus esfínteres. Recordemos que en la
etapa oral perdió el objeto de amor que era el pecho, y ante esa pérdida
no tuvo control. En esta etapa, lo que se juega principalmente es el
control.
El niño experimenta el contenido de sus intestinos —heces fecales—
como si fuera una parte de su propio cuerpo, y siente placer al expulsar
y retener las heces fecales cuando él lo decide, pero renuncia a este
placer para ser aplaudido por sus padres cuando defeca al momento que se
lo indican.
En este punto se inaugura la autonomía del niño, y
se podrán
presentar cuadros donde el control significa un problema tanto por su
exceso como por su falta. Las personas que presentan rasgos anales
suelen ser avaras, ordenadas, exigentes y perfeccionistas; tienen poco
contacto con sus sentimientos y se relacionan con el mundo a través de
lo racional y lo intelectual.
Estas personas pueden tener ideas obsesivas: se cercioran varias
veces de haber cerrado la puerta de
su casa o de haber apagado la
estufa. También realizan rituales específicos como no pisar las rayas
del piso o apretar el botón del elevador de una determinada manera. El
pensamiento mágico resuelve que mediante estos actos podrán controlar su
entorno.
3. Etapa fálica —o edípica—. En esta etapa —entre los tres y los cinco años— se presenta el complejo de Edipo en niños y niñas.3 Freud se rehusó a utilizar la denominación de Jung: complejo de Electra. Basado en el mito griego de Edipo Rey y el drama de Sófocles que lleva ese título, Freud plantea —en su célebre obra La interpretación de los sueños
(1900)— que las primeras emociones sexuales de todo ser humano estarán
dirigidas a la madre —como primer objeto de amor— y su primer odio al
padre.
La zona erógena que se enciende en esta etapa —en el caso de los
varones— es el pene: el niño se lo toca y experimenta placer. Además,
descubre que las mujeres —incluida su madre— no poseen uno, esto le hace
pensar que su pene puede caerse o se lo pueden cortar.
El niño advierte un deseo sexual y amoroso por su madre, y
simultáneamente odia a su padre, a quien
ve como un rival. Con el tiempo
y con la presencia afectiva de ambos padres, el niño renuncia a su
madre porque teme que su padre lo castigue por sus deseos y le corte el
pene; en lugar de continuar en rivalidad con su padre, se identifica con
él.
Las dificultades en esta etapa generan diferentes problemas en la
vida adulta: incapacidad de tener pareja porque ninguna mujer es
suficiente, no poder separarse emocionalmente de la madre, promiscuidad,
problemas en la identidad masculina o con la autoridad.
La histeria es otra secuela de la vida adulta que puede originarse en
esta etapa. En todos los casos de mujeres histéricas a los que dio
seguimiento, Freud encontró que habían tenido una fantasía o una
experiencia sexual moralmente inaceptable para ellas; como deseos
sexuales hacia sus padres, cuñados o tíos.
Estas fantasías o deseos reprimidos por la conciencia exigían una
salida: a través de un síntoma, en el que el deseo era satisfecho sólo
de manera parcial y simbólica, de modo que la psique prefería
obstruir una función corporal —mediante tics, parálisis de un brazo,
etcétera— antes que dejar emerger un recuerdo atormentador y
perturbador.
Freud destaca dos cuestiones clave en la etapa fálica:
- La prohibición del incesto. Genera una instancia psíquica encargada de regular la moral y los ideales, a la que Freud llamó superyó.
La prohibición del incesto limita la endogamia y lanza al individuo a
formar cultura; es el triunfo de la generación sobre el individuo.
- Complejo de Edipo en las niñas —también conocido como de Electra—.
La niña se percata de que existen seres humanos con pene; por eso,
piensa que ella tuvo uno que le cortaron o se le cayó y experimenta
envidia porque el
pene representa fuerza y poder. Además, siente
intensos deseos amorosos y sexuales por su padre. Su madre se convierte
en objeto de odio, por ser quien duerme con su padre y por no poseer
pene, es decir, porque la hizo a su semejanza. Al igual que el niño, con
el tiempo y la presencia afectiva de los padres, la niña renuncia al
amor de su padre y se identifica con la madre, con la esperanza de
quedar embarazada de un varón algún día y tener adentro el pene que le
falta.
4. Periodo de latencia. La etapa de la sexualidad
infantil culmina con la represión del complejo de Edipo. Esta etapa se
da aproximadamente desde
los seis o siete años hasta el inicio de la
pubertad.
En ella las fantasías de las etapas oral, anal y fálica se
contienen gracias a tres diques inhibidores de la pulsión sexual: el
asco, la vergüenza y la moral. Aquí la energía sexual se dirige hacia el
autoconocimiento y el descubrimiento de la realidad para dar espacio al
aprendizaje y otros fines relacionados con logros culturales e
intelectuales.[...]»
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