«La más decisiva de las batallas
El sociólogo
Zygmunt Bauman es tal vez quien ha analizado con mayor lucidez las
relaciones sentimentales online, a las que no duda en considerar como
incapaces de acudir en nuestra ayuda en caso de necesidad. En esta
entrevista, el autor de Amor líquido: acerca de la fragilidad de los
vínculos humanos confirma por qué su análisis de las redes sociales
sigue vigente.
Han pasado ya
diez años desde que usted escribió Amor líquido. Teniendo en cuenta la
rapidez de los avances tecnológicos y el surgimiento de redes sociales
como Twitter e Instagram, ¿qué cambios, si los hay, ha notado en la
década pasada?
Hoy en día
nuestras vidas están repartidas entre dos mundos, el online y el
offline. Cada uno tiene su propia lógica, su propio código de
comportamiento, y cada uno exige una estrategia diferente. Según las
investigaciones actuales, tendemos a pasar al menos la mitad del tiempo
en que estamos despiertos inmersos y absortos en el universo online, y
quienes han dominado el arte de realizar tareas simultáneas se las
arreglan para ganar tiempo y embeber hasta nueve horas de interacción
virtual dentro de un lapso de siete horas. Durante esas siete o nueve
horas lo que tenemos en frente es una u otra pantalla, pero no otro ser
humano.
Su análisis
sobre la falta de compromiso y la tendencia a establecer relaciones
cortas y desechables es radical: las nuevas generaciones no parecen
compartir la concepción romántica de lazos “eternos”. Sin embargo, las
relaciones románticas también fueron consideradas situaciones
ineludibles e incómodas. ¿Usted cree que, a pesar de su variabilidad,
los nuevos modelos de relaciones son una evolución en la libertad?
Ciertamente, en
el mundo online es más fácil “estar cerca” de nuestros amigos, de la
gente que amamos, de aquellos seres humanos cuya compañía necesitamos; y
también es más fácil evitar la horrorosa sensación de estar solos,
abandonados, inermes, desamparados, de ser innecesarios y olvidados.
Pero hay dos formas diferentes de “estar cerca”, y la forma online es
supremamente diferente de la offline. Cada una tiene sus ventajas, pero
también tiene un costo. Al pasar de un tipo de cercanía a la otra se
gana y se pierde algo. Es razonable contar las ganancias y las pérdidas,
pero es terriblemente difícil decidir si las primeras compensan las
segundas –decidir en definitiva si las ganancias ameritan las pérdidas
está fuera de discusión–. Además, las decisiones al respecto serán tan
frágiles y susceptibles a cualquier imprevisto así como la “cercanía”
alcanzada.
Pertenecer a
una comunidad es una situación mucho más estable, segura y confiable que
tener una red, aunque ciertamente es más restrictiva y coercitiva. Una
comunidad lo observa a uno de cerca y le impone un margen de maniobra
estrecho (puede excluirlo y exiliarlo, pero nunca le permitiría irse
voluntariamente). En cambio, a las redes les importa poco o nada si uno
obedece sus normas (si es que las tienen). Las redes dan más libertad y,
sobre todo, no lo penalizan a uno por renunciar a ellas. Sin embargo,
en una comunidad uno puede contar con otros miembros que prueben que “en
la necesidad se demuestra la amistad”, mientras que los miembros de las
redes existen, en principio, para compartir alegrías, pasatiempos y
otros intereses. Casi nunca se pone a prueba su disposición para
rescatarnos de nuestros problemas, y extraño sería que pasaran dicha
prueba.
En Amor líquido
también señala que la gente expresa el deseo de establecer vínculos
pero a la vez impide que estos se den. Parece que esta paradoja retrata
la conducta propia de los obsesivos compulsivos, ¿no es así?
Se trata de una
elección entre seguridad y libertad: uno necesita ambas, pero no puede
tener una sin sacrificar al menos una parte de la otra. Y cuanto más se
tiene de una, menos se tiene de la otra. En cuanto a la seguridad, sin
ninguna duda las comunidades tradicionales se llevan por delante a las
redes. Estamos hablando de la seguridad frente a la amenaza de ser
arrojados al barro, con las manos atadas, encerrados en la prisión de
nuestros compromisos propios y sin salida alguna, bajo la necesidad de
inventar excusas elaboradas que expliquen cualquier cambio de opinión.
En cuanto a la libertad, sin embargo, ocurre lo contrario. En el mundo
online oprimir una tecla es suficiente para romper una “relación” que ya
no nos satisface o para mantener cierta distancia con los antiguos
“amigos” que han abusado de la hospitalidad. En otras palabras, es un
sentimiento placentero de “estar cerca”, impoluto, sin la amenaza real
de que la cercanía se acerque tanto que incomode. Una especie de
“apuesta segura”.
El uso de los
términos “nativos” e “inmigrantes” con relación a la tecnología es
espinoso, pues hace referencia a categorías etnográficas, que usted
también abordó en Amor líquido. ¿Cuál es su opinión sobre la adopción de
estos términos? ¿Cree que los “inmigrantes” gozan de vínculos que son
desconocidos para los “nativos” o simplemente los primeros hablan desde
la nostalgia por un mundo que ya no existe?
Aquella
variedad o “apuesta segura” de la “cercanía” –la cual hemos llegado a
conocer, a practicar y disfrutar en nuestras visitas al mundo online–
difícilmente sería creíble (o siquiera concebible) sin la llegada y
difusión de la tecnología digital. Confundir su velocidad espectacular
con el efecto de esa tecnología sería, sin embargo, semejante a empezar
la casa por el tejado. Las raíces del triunfo actual de las redes por
encima de las comunidades están arraigadas profundamente en los avances
logrados por el “estilo de vida moderno” o el “espíritu moderno” en los
siglos que precedieron su invención.
En efecto, toda
la historia de la era moderna puede ser relatada como la historia de
una guerra declarada en contra de todos los malestares, los
inconvenientes o los disgustos –o al menos como la historia de una
promesa para desatar dicha guerra y verla alcanzar la victoria final–.
Aunque hasta ahora ha sido parcial, la emigración masiva de hoy que
viene desde el mundo offline hasta el recién descubierto territorio
online, podría ser registrada dentro de dicha guerra como la más
decisiva de las batallas. Después de todo, la batalla que se está
desatando ahora ha sido lanzada, y continúa siendo luchada, en el campo
de las relaciones interhumanas: un territorio bastante desafiante y
resistente a todos los intentos previos de allanar y suavizar sus
caminos escabrosos y desiguales y de enderezar sus sendas oblicuas; y
que desafía categóricamente todos los esfuerzos por librarlo de trampas y
emboscadas que lo manchan.
En caso de
ganarse, esta batalla promete cumplir de forma muy simple la engorrosa y
difícil tarea de atar y quebrar los vínculos humanos junto con los
compromisos y obligaciones que entrañan: volverlos casi espontáneos, sin
complicaciones y despreocupados. Si se gana con las fuerzas que ahora
están a la ofensiva, la batalla actual estará acompañada de la conquista
y la anexión de esa otra mitad offline del mundo viviente y, por
consiguiente, su “aculturación”: la parte offline de la vida adoptará
los marcos cognitivos, las predisposiciones, la jerarquía de valores y
los patrones conductuales desarrollados y atrincherados en la otra mitad
online.
En su discurso
durante la ceremonia de graduación del 21 de mayo de 2012 en Kenyon
College, EE.UU., Jonathan Franzen sugirió que “el objetivo último de la
tecnología, el télos de la téchne, es sustituir un mundo natural
indiferente a nuestros deseos –un mundo de huracanes y adversidades y
corazones rompibles; un mundo de resistencia– por otro tan receptivo a
nuestros deseos que llega a ser, de hecho, una simple prolongación del
yo”. Se trata de una conveniencia estúpida, de una comodidad espontánea y
una espontaneidad cómoda, de volver al mundo obediente y maleable, de
extirpar del mundo todo lo que se interpondría entre el deseo y su
realización. De vivir en un mundo hecho solo con los deseos propios.
Un deseo que
todos nosotros compartimos y sentimos de una manera particularmente
fuerte y apasionada es el deseo de amar y ser amados.
¿Cree usted que
las redes sociales están redefiniendo las identidades personales y los
vínculos o tan solo son nuevas maneras de perpetuar relaciones
tradicionales de poder?
La versión
original offline del amor de un ser humano por otro significa, como
algunos de ustedes ya saben a raíz de su propia experiencia, compromiso,
aceptación de los riesgos, disposición para la abnegación. Significa
escoger un recorrido incierto, ignoto e inestable, con la esperanza –y
la determinación– de compartir una vida con otro ser humano. El amor
quizá puede traer aparejada la felicidad, pero rara vez trae aparejadas
la comodidad y la conveniencia, nunca con su expectativa confiada y
mucho menos su certeza. Ocurre justo lo contrario: el amor requiere
desplegar al máximo la capacidad y la voluntad que se tiene, augurando,
en todo caso, la posibilidad de una derrota, de una ineptitud propia que
quede al descubierto, de una herida a la autoestima. El producto
electrónico esterilizado, suavizado, libre de espinas y de riesgo alguno
es, por lo tanto, todo excepto amor. Como Franzen observa con acierto,
lo que ofrece es una protección contra “la suciedad con que,
inevitablemente, el amor mancha la imagen que el espejo nos devuelve de
nosotros mismos”.
Para resumir:
la versión electrónicamente urdida del amor, en últimas, no es amor en
absoluto. Los productos tecnológicos para el consumidor atrapan a sus
clientes con el señuelo de satisfacer su narcisismo. Prometen ser dignos
de nosotros, sin importar lo que ocurra o hagamos o dejemos de hacer.
Como Franzen señala, “somos protagonistas de nuestras propias películas,
nos fotografiamos incesantemente, basta un clic del ratón y una máquina
nos confirma nuestra sensación de dominio. Hacerse amigo de una persona
se reduce a incluir a esa persona en nuestro salón privado de espejos
favorecedores”. Pero añade que “el empeño de gustar plenamente es
incompatible con las relaciones amorosas”.[...]»
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