«Antes de
empezar a hablar del debate entre la primacía de lo colectivo o de lo
individual en el análisis de los fenómenos sociales, es preciso
contextualizar dicho debate. Hay que recordar que se trata de una
disputa que se desarrolla en el ámbito de las ciencias sociales, y más
específicamente, en la psicología social (sin desconocer que ha rebasado
hacia otras disciplinas). Hay que realizar un trabajo de ingeniería
inversa y situar a las ciencias en el marco histórico que les
corresponde.
La ciencia
surge como el modo de conciencia social propio de la modernidad. Es un
producto de esta época, y contribuye a su sustentación ideológica como
modelo de pensamiento predominante. La cosmovisión a que propende la
ciencia, como producto de la modernidad, es un mundo contrapuesto a la
visión medieval. Frente a un mundo teocéntrico, se propone una realidad
antropocéntrica. Así, los fenómenos naturales, cuyas causas nos estaban
ocultas por los misterios de Dios, ahora pueden ser elucubrados vía
observación sistemática. El conocimiento así logrado pasa a significar
el control humano sobre todas las cosas. El desarrollo de la ciencia,
subsidiado casi enteramente por los Estados y por las empresas privadas
con fines prácticos, ha sido un claro signo de que el objeto de la
ciencia ha sido el control de las cosas, su transformación e incluso la
destrucción, más que el puro conocimiento. Ni siquiera las ciencias
sociales escaparon a este paradigma. La psicología, aplicada en las
Guerras Mundiales, y la antropología, empleada por el colonialismo
europeo, son ejemplos del uso interesado de esta ciencia que se
pretendía erigirse como una empresa neutral, objetiva, y destinada a
mejorar las condiciones de la humanidad entera.
La otra
característica ideológica que comparten la ciencia y la modernidad, y
que es relevante para la discusión es el individualismo. En la época
moderna es clara la visión de la sociedad como un conjunto de individuos
luchando cada cual por su propia existencia. Libertad, liberalismo,
laissez-faire, capitalismo, son todos términos emparentados. La
libertad, entendida como la apertura de las posibilidades para que la
persona (siempre en un sentido individual) luche por cumplir sus deseos,
ha sido llevada al modelo económico que hasta hoy impera: el
capitalismo, y es refrendada en el ámbito de la política por un modelo
de gobierno, democrático, en constante retroceso y cuya función se
limita idealmente a la regulación del modelo liberal. No quiero decir
que la represión estatal de los deseos individuales sea la solución para
una situación en que en nombre de la libertad se han hecho más esclavos
que en otros siglos, pero sí es evidente que la ética de la libertad ha
quedado reducida a la tímida y vaga frase: “la libertad de uno acaba
donde comienza la de los demás.”
En cuanto a
la antinomia individual/colectivo acerca de la cual pretendo hacer una
reflexión, lo que ha sucedido es que se ha llevado a la arena científica
un atributo propio de la idiosincrasia moderna, que es el de ver a la
sociedad como una agrupación de seres humanos que se unen en un
propósito común, pero cuya unión es débil y constantemente susceptible
de desintegrarse por una supuesta fidelidad primordial de la persona a
sus intereses individuales. En cierta forma se puede decir que la
psicología siguió este camino al adoptar como nicho de estudio al
individuo y sus procesos mentales. La psicología estuvo durante mucho
tiempo enfocada a la explicación de los procesos mentales individuales.
El estudio de individuos en un contexto cultural occidental fue una
limitación (y hasta cierto punto lo sigue siendo), ya que no se
reflexionaba acerca de las diferencias entre una cultura y otra, y se
daba por sentada una superioridad moral (y luego, normativa) de la
autoproclamada “civilización occidental.” La vara occidental era la
tabla que medía todo comportamiento humano, y como esta vara atomizaba a
la sociedad en individuos casi independientes, la sociedad occidental
se constituyó ingenuamente como modelo universal de sociedad.
Por otra
parte, no obstante, el desarrollo de las ciencias sociales de alguna
manera también ha puesto el dedo en la llaga del pensamiento moderno al
enfocarse sobre el estudio de las sociedades como un todo unificado,
antes que como una simple agregación de personas. Los enfoques
funcionalistas supieron observar las relaciones interpersonales como una
manera de perpetuar a la sociedad. El mediador para la satisfacción de
las necesidades es la sociedad en su conjunto, con sus normas e
instituciones. La preponderancia de la sociedad por sobre el individuo
es tal que la sociedad puede prescindir de algunos para su continuidad,
por lo que las instituciones pueden arrogarse derechos sobre las vidas y
los cuerpos de las personas. Una sociedad puede golpear, aislar o
eliminar a aquellos que infringen las normas y atentan contra la
estabilidad de la estructura social, y lo hace con el derecho y el
consentimiento que le otorgan las propias personas.
Sin
embargo, esta visión tampoco parece demasiado convincente, ya que es
demasiado estática. Es teóricamente funcional, pero deja de lado el
hecho de que las sociedades cambian. Y no sólo a nivel superficial, ya
que incluso lo que pueden parecer cambios conductuales pequeños pueden
ser signos de profundos cambios en los paradigmas, en la ideología y los
símbolos que dan sentido a una sociedad. Este enfoque omite la
ocurrencia de las innovaciones, las nuevas tecnologías, los inventos,
las revoluciones; todos hechos que son iniciados o llevados a cabo
generalmente por individuos.
Frente a
esta situación, pienso que es interesante revisar la propuesta de la
escuela antropológica de Cultura y Personalidad. Ya en la frase que da
nombre a la escuela es posible notar la integración de los enfoques
sociológicos y psicológicos (tradicionalmente relacionados con los
procesos individuales). Este enfoque aparece entre los años veinte y
treinta del siglo XX, con la lectura de Freud, quien fue pionero en la
superación de la contraposición de individuo y sociedad. Las
antropólogas Ruth Benedict y Margaret Mead, ambas discípulas de Franz
Boas, se hicieron a la tarea de explicar la cultura haciendo uso de
conceptos psicológicos ya presentes en la teoría freudiana.
Más allá
de las disputas entre principios antropológicos y freudianos, como el de
la universalidad del complejo de Edipo, lo que interesa es que la
escuela de Cultura y Personalidad trajo a las ciencias sociales
conceptos útiles para la integración de los estudios de la persona como
individuo a los estudios relativos al conjunto de la sociedad.
Por una
parte, la nueva teoría en desarrollo lograba dar cuenta de la
continuidad de las estructuras sociales. Ralph Linton (1960), otro
antropólogo que se inscribe dentro de esta escuela, habla de la sociedad
humana como la unidad de adaptación al medio ambiente. Es la sociedad
la que actúa, se reproduce y se transforma para adaptarse al ambiente, y
los individuos son los agentes de esos cambios. La denominación de
“cuerpo social” es una metáfora que le queda muy bien a esta concepción
de la sociedad, ya que inspira la idea de un cuerpo cuyos órganos actúan
en paralelo e interdependencia con el fin de salvar el bien mayor, que
es la sociedad misma, el cuerpo entero como sistema.
Por otra
parte, Linton (1960) ve a los individuos como los agentes de estas
tareas adaptativas, se presenten éstas en forma de reproducción de
patrones culturales, o como innovaciones que se proponen a la vida
social. La sociedad imprime en el sujeto los patrones culturales
(ideológicos, y conductuales) que dan sustento tanto al sujeto como
portador de cultura como a la propia sociedad. Todo esto a través de la
educación, la socialización de la persona. Esto es posible gracias a la
capacidad de aprender que tiene el hombre. En cuanto a las innovaciones,
éstas son tratadas como estrategias adaptativas cuya proveniencia es
siempre individual. Los inventos son en principio formulados por un
individuo, quien es capaz de ver las necesidades sociales en sus propias
experiencias de necesidad, y a partir de ellas, diseña una nueva
técnica, una nueva palabra, una nueva ley o un objeto tecnológico.
Posteriormente, la sociedad es la responsable de la sanción de dicha
innovación. La puede rechazar, aprobar o modificar antes de comenzar a
emplearla. E incluso tras probarla, puede verse insatisfecha y volver a
un estado anterior.
Este tipo
de análisis puede aplicarse a casi cualquier situación de cambio social.
En concreto, exploraré el caso del miedo al delito. Para empezar, el
miedo al delito se define como “una respuesta emocional de nerviosismo o
ansiedad al delito o a los símbolos que la persona asocia con el
delito.” (Medina, 2003, p. 2) El miedo al delito involucra tres niveles:
cognitivo, emocional y conductual. El nivel cognitivo tiene que ver con
las representaciones que se hacen las personas respecto del delito, y
que se construyen tanto a partir de la experiencia personal de haber
sido víctima de un episodio delictivo, como del discurso de otros
actores como pueden ser personas conocidas que han sido víctimas o las
noticias de la televisión. El nivel emocional lo constituye el impacto
que tienen estas representaciones del delito sobre el estado emocional
de las personas ante la presencia de atributos que señalan la
posibilidad de ser víctimas. Estos estados emocionales son de ansiedad,
estrés y temor, y aunque suelen ser temporales, también pueden llegar a
ser estados permanentes, que calan más en la configuración de
personalidad del individuo. Los efectos emocionales conllevan ciertas
actitudes, que no son otra cosa que la tendencia a manifestar ciertas
conductas con respecto a los símbolos asociados al delito. Y las
conductas que finalmente se llevan a cabo en virtud del estado emocional
provocado por las representaciones del delito son, como su nombre
sugiere, el nivel conductual.
A lo largo
de esta cadena que va de la representación mental al estado emotivo y
de éste a la conducta manifiesta, se puede ver las influencias de lo
social sobre el sujeto individual. Todo comienza con las
representaciones del delito. ¿Qué es el delito? ¿Cómo puedo saber si en
este momento puedo ser atacado? ¿A qué factores tengo que atender para
evitar ser víctima de un robo o un asalto? ¿Cómo se ve un asaltante?
¿Qué lugares debo evitar? Para alguien que ha sido víctima de uno o más
asaltos, estas preguntas quedan resueltas desde el momento en que queda
impactado con el episodio, y es probable que en el futuro evite el lugar
en que fue atacado, o que incluso sienta en mayor o menor medida
ansiedad ante la proximidad de una persona con las características
físicas del atacante. Son medidas de autoprotección que toma la víctima,
ya sea de manera consciente o inconsciente. Sin embargo, alguien que no
ha tenido la “suerte,” tomará igualmente medidas, pero probablemente
provengan de otros lugares, ya que en su propia experiencia no tiene un
historial al que recurrir para formarse una idea propia. Los medios de
comunicación (radio, televisión) son una fuente constante de información
acerca de los hechos delictivos y, en su ánimo de ganar consumidores,
en algunos casos tienden a amplificar los rasgos de los hechos. Con esto
generan un miedo que se torna más general en la medida en que es está
más expuesto a la información de la “crónica roja.”
El miedo
al delito se puede considerar como una forma específica de la percepción
del riesgo, y en este sentido, es una conducta que es útil para las
personas. Para Mary Douglas (1996) es un proceso heurístico, de
procesamiento de la información con el fin de conducirse en un medio que
es adverso y tomar ciertos resguardos. Así, una persona que ha sufrido
un episodio delictivo, puede aconsejar a otro de no tomar pasajes
oscuros o no mirar a los ojos a ciertas personas etcétera, pasando a ser
información útil para evitarse problemas. No obstante, en el caso de la
influencia de los medios en la construcción del miedo al delito, se
observa que el propósito de los programas noticiarios ya deja de tener
un propósito solamente informativo, y la producción del mensaje
periodístico se realiza con la intención de que dicho mensaje sea
escuchado o, mejor dicho, consumido por la audiencia. De esta manera, se
exacerban ciertos símbolos de delito a través de la estigmatización de
determinadas villas, poblaciones, de personas con determinada
apariencia, a quienes, además de ciertos estilos de música, un
determinado lenguaje y una indumentaria particular, se les atribuye un
estilo de vida relacionado estrechamente con la delincuencia, tan
temida.[...]»
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