terça-feira, 24 de março de 2015

La antinomia individuo/colectivo y el miedo al delito

«Antes de empezar a hablar del debate entre la primacía de lo colectivo o de lo individual en el análisis de los fenómenos sociales, es preciso contextualizar dicho debate. Hay que recordar que se trata de una disputa que se desarrolla en el ámbito de las ciencias sociales, y más específicamente, en la psicología social (sin desconocer que ha rebasado hacia otras disciplinas). Hay que realizar un trabajo de ingeniería inversa y situar a las ciencias en el marco histórico que les corresponde.

miedo al delito

La ciencia surge como el modo de conciencia social propio de la modernidad. Es un producto de esta época, y contribuye a su sustentación ideológica como modelo de pensamiento predominante. La cosmovisión a que propende la ciencia, como producto de la modernidad, es un mundo contrapuesto a la visión medieval. Frente a un mundo teocéntrico, se propone una realidad antropocéntrica. Así, los fenómenos naturales, cuyas causas nos estaban ocultas por los misterios de Dios, ahora pueden ser elucubrados vía observación sistemática. El conocimiento así logrado pasa a significar el control humano sobre todas las cosas. El desarrollo de la ciencia, subsidiado casi enteramente por los Estados y por las empresas privadas con fines prácticos, ha sido un claro signo de que el objeto de la ciencia ha sido el control de las cosas, su transformación e incluso la destrucción, más que el puro conocimiento. Ni siquiera las ciencias sociales escaparon a este paradigma. La psicología, aplicada en las Guerras Mundiales, y la antropología, empleada por el colonialismo europeo, son ejemplos del uso interesado de esta ciencia que se pretendía erigirse como una empresa neutral, objetiva, y destinada a mejorar las condiciones de la humanidad entera.

La otra característica ideológica que comparten la ciencia y la modernidad, y que es relevante para la discusión es el individualismo. En la época moderna es clara la visión de la sociedad como un conjunto de individuos luchando cada cual por su propia existencia. Libertad, liberalismo, laissez-faire, capitalismo, son todos términos emparentados. La libertad, entendida como la apertura de las posibilidades para que la persona (siempre en un sentido individual) luche por cumplir sus deseos, ha sido llevada al modelo económico que hasta hoy impera: el capitalismo, y es refrendada en el ámbito de la política por un modelo de gobierno, democrático, en constante retroceso y cuya función se limita idealmente a la regulación del modelo liberal. No quiero decir que la represión estatal de los deseos individuales sea la solución para una situación en que en nombre de la libertad se han hecho más esclavos que en otros siglos, pero sí es evidente que la ética de la libertad ha quedado reducida a la tímida y vaga frase: “la libertad de uno acaba donde comienza la de los demás.”

En cuanto a la antinomia individual/colectivo acerca de la cual pretendo hacer una reflexión, lo que ha sucedido es que se ha llevado a la arena científica un atributo propio de la idiosincrasia moderna, que es el de ver a la sociedad como una agrupación de seres humanos que se unen en un propósito común, pero cuya unión es débil y constantemente susceptible de desintegrarse por una supuesta fidelidad primordial de la persona a sus intereses individuales. En cierta forma se puede decir que la psicología siguió este camino al adoptar como nicho de estudio al individuo y sus procesos mentales. La psicología estuvo durante mucho tiempo enfocada a la explicación de los procesos mentales individuales. El estudio de individuos en un contexto cultural occidental fue una limitación (y hasta cierto punto lo sigue siendo), ya que no se reflexionaba acerca de las diferencias entre una cultura y otra, y se daba por sentada una superioridad moral (y luego, normativa) de la autoproclamada “civilización occidental.” La vara occidental era la tabla que medía todo comportamiento humano, y como esta vara atomizaba a la sociedad en individuos casi independientes, la sociedad occidental se constituyó ingenuamente como modelo universal de sociedad.

Por otra parte, no obstante, el desarrollo de las ciencias sociales de alguna manera también ha puesto el dedo en la llaga del pensamiento moderno al enfocarse sobre el estudio de las sociedades como un todo unificado, antes que como una simple agregación de personas. Los enfoques funcionalistas supieron observar las relaciones interpersonales como una manera de perpetuar a la sociedad. El mediador para la satisfacción de las necesidades es la sociedad en su conjunto, con sus normas e instituciones. La preponderancia de la sociedad por sobre el individuo es tal que la sociedad puede prescindir de algunos para su continuidad, por lo que las instituciones pueden arrogarse derechos sobre las vidas y los cuerpos de las personas. Una sociedad puede golpear, aislar o eliminar a aquellos que infringen las normas y atentan contra la estabilidad de la estructura social, y lo hace con el derecho y el consentimiento que le otorgan las propias personas.

Sin embargo, esta visión tampoco parece demasiado convincente, ya que es demasiado estática. Es teóricamente funcional, pero deja de lado el hecho de que las sociedades cambian. Y no sólo a nivel superficial, ya que incluso lo que pueden parecer cambios conductuales pequeños pueden ser signos de profundos cambios en los paradigmas, en la ideología y los símbolos que dan sentido a una sociedad. Este enfoque omite la ocurrencia de las innovaciones, las nuevas tecnologías, los inventos, las revoluciones; todos hechos que son iniciados o llevados a cabo generalmente por individuos.

Frente a esta situación, pienso que es interesante revisar la propuesta de la escuela antropológica de Cultura y Personalidad. Ya en la frase que da nombre a la escuela es posible notar la integración de los enfoques sociológicos y psicológicos (tradicionalmente relacionados con los procesos individuales). Este enfoque aparece entre los años veinte y treinta del siglo XX, con la lectura de Freud, quien fue pionero en la superación de la contraposición de individuo y sociedad. Las antropólogas Ruth Benedict y Margaret Mead, ambas discípulas de Franz Boas, se hicieron a la tarea de explicar la cultura haciendo uso de conceptos psicológicos ya presentes en la teoría freudiana.

Más allá de las disputas entre principios antropológicos y freudianos, como el de la universalidad del complejo de Edipo, lo que interesa es que la escuela de Cultura y Personalidad trajo a las ciencias sociales conceptos útiles para la integración de los estudios de la persona como individuo a los estudios relativos al conjunto de la sociedad.

Por una parte, la nueva teoría en desarrollo lograba dar cuenta de la continuidad de las estructuras sociales. Ralph Linton (1960), otro antropólogo que se inscribe dentro de esta escuela, habla de la sociedad humana como la unidad de adaptación al medio ambiente. Es la sociedad la que actúa, se reproduce y se transforma para adaptarse al ambiente, y los individuos son los agentes de esos cambios. La denominación de “cuerpo social” es una metáfora que le queda muy bien a esta concepción de la sociedad, ya que inspira la idea de un cuerpo cuyos órganos actúan en paralelo e interdependencia con el fin de salvar el bien mayor, que es la sociedad misma, el cuerpo entero como sistema.

Por otra parte, Linton (1960) ve a los individuos como los agentes de estas tareas adaptativas, se presenten éstas en forma de reproducción de patrones culturales, o como innovaciones que se proponen a la vida social. La sociedad imprime en el sujeto los patrones culturales (ideológicos, y conductuales) que dan sustento tanto al sujeto como portador de cultura como a la propia sociedad. Todo esto a través de la educación, la socialización de la persona. Esto es posible gracias a la capacidad de aprender que tiene el hombre. En cuanto a las innovaciones, éstas son tratadas como estrategias adaptativas cuya proveniencia es siempre individual. Los inventos son en principio formulados por un individuo, quien es capaz de ver las necesidades sociales en sus propias experiencias de necesidad, y a partir de ellas, diseña una nueva técnica, una nueva palabra, una nueva ley o un objeto tecnológico. Posteriormente, la sociedad es la responsable de la sanción de dicha innovación. La puede rechazar, aprobar o modificar antes de comenzar a emplearla. E incluso tras probarla, puede verse insatisfecha y volver a un estado anterior.

Este tipo de análisis puede aplicarse a casi cualquier situación de cambio social. En concreto, exploraré el caso del miedo al delito. Para empezar, el miedo al delito se define como “una respuesta emocional de nerviosismo o ansiedad al delito o a los símbolos que la persona asocia con el delito.” (Medina, 2003, p. 2) El miedo al delito involucra tres niveles: cognitivo, emocional y conductual. El nivel cognitivo tiene que ver con las representaciones que se hacen las personas respecto del delito, y que se construyen tanto a partir de la experiencia personal de haber sido víctima de un episodio delictivo, como del discurso de otros actores como pueden ser personas conocidas que han sido víctimas o las noticias de la televisión. El nivel emocional lo constituye el impacto que tienen estas representaciones del delito sobre el estado emocional de las personas ante la presencia de atributos que señalan la posibilidad de ser víctimas. Estos estados emocionales son de ansiedad, estrés y temor, y aunque suelen ser temporales, también pueden llegar a ser estados permanentes, que calan más en la configuración de personalidad del individuo. Los efectos emocionales conllevan ciertas actitudes, que no son otra cosa que la tendencia a manifestar ciertas conductas con respecto a los símbolos asociados al delito. Y las conductas que finalmente se llevan a cabo en virtud del estado emocional provocado por las representaciones del delito son, como su nombre sugiere, el nivel conductual.

A lo largo de esta cadena que va de la representación mental al estado emotivo y de éste a la conducta manifiesta, se puede ver las influencias de lo social sobre el sujeto individual. Todo comienza con las representaciones del delito. ¿Qué es el delito? ¿Cómo puedo saber si en este momento puedo ser atacado? ¿A qué factores tengo que atender para evitar ser víctima de un robo o un asalto? ¿Cómo se ve un asaltante? ¿Qué lugares debo evitar? Para alguien que ha sido víctima de uno o más asaltos, estas preguntas quedan resueltas desde el momento en que queda impactado con el episodio, y es probable que en el futuro evite el lugar en que fue atacado, o que incluso sienta en mayor o menor medida ansiedad ante la proximidad de una persona con las características físicas del atacante. Son medidas de autoprotección que toma la víctima, ya sea de manera consciente o inconsciente. Sin embargo, alguien que no ha tenido la “suerte,” tomará igualmente medidas, pero probablemente provengan de otros lugares, ya que en su propia experiencia no tiene un historial al que recurrir para formarse una idea propia. Los medios de comunicación (radio, televisión) son una fuente constante de información acerca de los hechos delictivos y, en su ánimo de ganar consumidores, en algunos casos tienden a amplificar los rasgos de los hechos. Con esto generan un miedo que se torna más general en la medida en que es está más expuesto a la información de la “crónica roja.”

El miedo al delito se puede considerar como una forma específica de la percepción del riesgo, y en este sentido, es una conducta que es útil para las personas. Para Mary Douglas (1996) es un proceso heurístico, de procesamiento de la información con el fin de conducirse en un medio que es adverso y tomar ciertos resguardos. Así, una persona que ha sufrido un episodio delictivo, puede aconsejar a otro de no tomar pasajes oscuros o no mirar a los ojos a ciertas personas etcétera, pasando a ser información útil para evitarse problemas. No obstante, en el caso de la influencia de los medios en la construcción del miedo al delito, se observa que el propósito de los programas noticiarios ya deja de tener un propósito solamente informativo, y la producción del mensaje periodístico se realiza con la intención de que dicho mensaje sea escuchado o, mejor dicho, consumido por la audiencia. De esta manera, se exacerban ciertos símbolos de delito a través de la estigmatización de determinadas villas, poblaciones, de personas con determinada apariencia, a quienes, además de ciertos estilos de música, un determinado lenguaje y una indumentaria particular, se les atribuye un estilo de vida relacionado estrechamente con la delincuencia, tan temida.[...]»

Ler mais...

Sem comentários:

Enviar um comentário