«Es ridículo pensar que el sistema social actual de España va a
cambiar de un día para otro por un mero cambio político. Se habla
constantemente de los “tiempos” en la sociedad. Los tiempos jurídicos
son diferentes de los tiempos políticos, igual que los legislativos son
diferentes de los políticos (a pesar de que unos deriven de otros) y, por supuesto, todos
estos son diferentes, a su vez, de los tiempos sociales y civiles. Acaba
resultando irónico e incluso gracioso ponerse a pensar en dichos
tiempos, puesto que uno acaba dándose cuenta de que realmente son más
importantes de lo que parece. Estos tiempos son los que dominan el tipo
de cambio y la velocidad de este. Se puede pensar que la sociedad civil,
al ser más permeable a los cambios e incluir constantemente numerosas
novedades en su estructura, tiene un carácter más adaptable que por
ejemplo las instituciones tan rígidas como la jurisprudencia. Los
tiempos de la primera son, por lo tanto, más veloces. Al menos para
determinados asuntos como la adaptación tecnológica e, incluso, la
modificación de valores. Esta velocidad es la que hace que, por ejemplo,
en la sociedad civil se vea la “academia” como algo atrasado y “fuera
de tiempos”. Determinados rituales estrictos todavía operativos en este
entorno no ayudan a mayores aportes culturales[1],
solo a mantener un simbolismo obsoleto. Aun así, no para de escucharse
en los medios españoles a portavoces afirmando que, por ejemplo, la
justicia “funciona” y que por lo tanto se tendrán que acatar sus
decisiones. Ya sin entrar en los ejercicios de presión (en este caso al
propio cuerpo judicial, por no hablar de la politización de la justicia)
que realiza todo grupo perteneciente a la sociedad, es ridículo pensar
que los tiempos judiciales son eficientes, cuando delitos de
malversación, corrupción, blanqueo de capitales, soborno,
enriquecimiento ilícito, abuso de poder o, simplemente, fraude fiscal,
no paran de prescribir[2].
Téngase en cuenta que este tipo de delitos son, al fin y al cabo, del
tipo que solo puede realizar gente con poder, sea este poder social,
económico o político. No se hará aquí una exposición de los casos
prescritos y de sus “imputados”, puesto que con hacer una pequeña
búsqueda en la red es suficiente para asustarse por la larga lista pero
aun así se pide ese pequeño esfuerzo al lector de esta disertación.
Siguiendo
la línea expuesta al principio de este texto, son necesarios dos grandes
cambios. Para empezar, la recalibración de los clásicos tiempos de los
que se hablaba. La justicia, por ejemplo, necesita una serie de cambios.
Sin entrar en la ya mencionada politización de la justicia, es
necesario que esta tenga las capacidades de imponer la justicia al
poder. De poco sirve una constitución o, más bien, una legislación,
cuando esta no trata de forma igualitaria el delito. Se habla de
justicia como si fuera algo intocable, algo impuesto de forma racional y
casi perfecta. Pero no se tiene en cuenta que es un producto humano. Y
como todo producto humano es simbólico y, a su vez, fallido. Es de
crédulos pensar que una constitución como la española, tan rígida, puede
representar algún tipo de realidad 30, 40 o 50 años más tarde, así como
también es impensable que un Smartphone de hoy en día represente algún
Smartphone (si es que existen) de los que serán usados dentro de 30, 40 o
50 años. El hecho de que la norma máxima de un Estado deje de ser
representativa de la realidad hace que toda ley (y por lo tanto
imposición jurídica) esté fuera de tiempo. Por lo tanto, es necesario
cambiar el tiempo jurídico, así como sus herramientas y capacidades de
ajusticiamiento. Igual que la justicia, la política también necesita un
cambio temporal. Sea o no una exigencia tópica (e incluso utópica), es
necesario una política que actúe rápido pero que actúe según lo que la
sociedad civil necesite. A partir de ahí, cada cual con su ideología.
Ahora bien, es verdad que se ha defendido que la sociedad civil es la que más rápido se adapta al cambio. Esta postura se mantiene. Pero hay que especificar que los valores sociales de la misma no cambian de un día para otro, ni de un mes a otro ni de un año a otro. Hace falta la inculcación (sí, inculcación, no educación) de unos valores específicos comunes a todas las generaciones. Como todo el mundo sabe, una vida llena de experiencias no se olvida tan fácilmente y, por lo tanto, tampoco es tan fácil la inculcación de unos valores en las generaciones ya educadas, inculcadas y, por decirlo así, vividas. A pesar de que no comparta la siguiente explicación, parte de verdad tiene el hecho de que la cultura española tiene la “picaresca” bien arraigada como uno de sus valores. Esto no es bueno. Divertirse, experimentar, ser libre o, en definitiva, vivir, no conlleva la falta de moral y ética, así como el aprovechamiento de las oportunidades, sean de las características que sean. Cierto es que este aprovechamiento puede ser resultado de una estructura sistémica (y, siendo de educación universitaria sociólogo, voto a favor de esta explicación), pero aun así toda estructura sistémica tiene explicación según la legitimación de la misma, sea esta explícita o latente. En otras palabras, una estructura no se da si nadie la construye.
Por ello también hay que cambiar los tiempos de la sociedad civil. Es imprescindible descubrir cómo se puede inculcar una cultura de la rectitud. Debe dejarse de lado la “rectitud legal”. Es una cuestión de moral y de ética. De poco sirve que una persona, sea cual sea su situación, esté actuando dentro de los límites de la legalidad, si lo que está haciendo es criticable desde todos los ámbitos de la sociedad.
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