sexta-feira, 7 de novembro de 2014

La desventaja competitiva de las mujeres depende de los estereotipos existentes sobre sus trabajos



«Aún a día de hoy existen importantes diferencias de género en el mercado de trabajo. En particular, el porcentaje de mujeres que acceden a puestos directivos está muy lejos de la paridad. Es más, incluso en casos en que un hombre y una mujer ocupan puestos de trabajo similares se percibe una importante brecha salarial, que puede llegar hasta al 35%. Conocer las razones detrás de estas diferencias es importante para poder atajarlas, por ejemplo, con políticas adecuadas de empleo.
Algunas de las posibles razones para encontrar diferencias de género en el mercado, si bien polémicas, pueden ser bastantes obvias. Se puede tratar simplemente de la existencia de discriminación contra las mujeres, que impide que accedan a ciertos trabajos y que si lo consiguen, lo hagan en condiciones salariales desfavorables. Otra razón, aún más polémica, podría deberse a que realmente las mujeres tengan una productividad menor en ciertos puestos, lo que las llevaría a, bien ser peor remuneradas o bien, anticipándolo, a ni siquiera optar a puestos en los que se les va a pagar peor. Sin embargo, no por ser obvias, estas razones tienen por qué explicar plenamente el fenómeno.

En los últimos años, ha surgido una nueva literatura, tampoco exenta de polémica, que intenta explicar las diferencias en el mercado laboral a través de diferencias de género en la preferencia y capacidad de competir. El argumento se basa en que el mercado laboral es intrínsecamente competitivo y que, por tanto, si a las mujeres les gusta menos competir, lucharán menos por los puestos más competitivos (Niederle y Vesterlund, 2007). Además, si se les da peor competir, obtendrán un salario menor en trabajos en los que la competencia es importante (Gneezy et al., 2003).
Estos artículos, utilizan un enfoque de economía experimental. Para observar la importancia de las distintas preferencias por competir, se miden las diferencias en la proporción de mujeres y hombres que optan por ser pagados por una tarea sencilla utilizando un torneo competitivo en el que sólo se paga al ganador -frente a que se le pague a cada participante un salario individual que dependa únicamente de su desempeño. De forma similar, también se realizan experimentos en los que se fuerza a hombres y mujeres a competir en una tarea en la que previamente se ha podido observar la capacidad individual de cada uno, y se estudia si las mujeres realizan peor la misma tarea cuando la forma de pago depende ahora de una competición. Los resultados de estos experimentos confirman en general la existencia de diferencias en la actitud y aptitud competitiva de las mujeres respecto a los hombres.

Sin embargo, existen también un gran número de estudios experimentales que no encuentran ninguna diferencia de género en la competitividad y que, incluso, muestran el resultado contrario. Por ejemplo, un artículo reciente (Gneezy et al., 2009) demuestra que en sociedades matriarcales son las mujeres las que tienen una mayor preferencia mayor por competir y a las que se les da mejor hacerlo. Este resultado es importante porque ilustra el debate sobre si las diferencias de género pueden deberse más a factores culturales que a genéticos. Pero, en todo caso, es importante resaltar que algunos experimentos recientes no consiguen replicar de forma clara los resultados originales.

Junto con mi coautora, Nagore Iriberri, nos planteamos qué podía llevar a que en ciertos experimentos se observaran diferencias competitivas de género y en otros no. Pronto nos dimos cuenta que entre los distintos experimentos existía un patrón común: aquellos experimentos que encontraban mayores diferencias de género utilizaban tareas para medir la competitividad sobre las que existen fuertes estereotipos sobre que los hombres son mejores realizándolas que las mujeres. Por el contrario, en los estudios que no encontraban diferencias resulta que se utilizaban tareas sobre las que no existe estereotipo (o incluso el estereotipo es el inverso). Todo ello nos hacía sospechar que el efecto podría estar relacionado con lo que en Psicología se conoce como “Amenaza del estereotipo” (“Stereotype threat”). Es decir, la mera existencia de un estereotipo negativo sobre un grupo hace que los individuos pertenecientes a a dicho grupo se sientan sujetos a un escrutinio que les presiona, lo que provoca que se desenvuelvan peor, confirmando el estereotipo. Basándonos en este concepto psicológico, nuestras preguntas de investigación estaban claras: ¿las mujeres deciden no competir, o, por el contrario, compiten peor cuando lo hacen en tareas que creen que hacen peor ¿qué ocurre cuando se refuerza la estereotipación aludiendo a aspectos relacionados con el género?

Para poder clarificar este tema, realizamos un experimento en el que utilizábamos distintas tareas, algunas con un fuerte estereotipo masculino y otras no. A su vez, preguntamos a una muestra amplia de participantes sobre sus creencias sobre qué género haría mejor dichas tareas. De hecho, también comprobamos en un experimento piloto que en ocasiones la existencia del estereotipo no tiene por qué significar que dicho estereotipo sea cierto. Aquí pueden leer nuestro artículo.
Los resultados de nuestro experimento nos permiten entender mejor hasta qué punto los estereotipos son importantes. El resultado principal es que sólo observamos importantes diferencias de género en el desempeño de una tarea en condiciones competitivas cuando se dan tres condiciones: 1) existe un fuerte estereotipo sobre que las mujeres son peores en dicha tarea, 2) se refuerza el estereotipo recordando a los participantes aspectos que les hagan pensar en el tema de género, como decirles el género de su contrincante y 3) las mujeres que se ven más afectadas negativamente por la competencia son precisamente las que creen que el estereotipo es cierto.[...]»

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Politikon,  Pedro Rey Biel

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