sexta-feira, 31 de outubro de 2014

Enseñar en tiempos de desesperanza


 «En la vida y en la política hay que saber distinguir entre hacerse ilusiones y tener ilusiones, lo que implica partir del principio de realidad y de una actitud activa de pelear por cambiarla. Cuando acaba el curso escolar en el que se ha aprobado la LOMCE, en un año más de dura crisis, es necesario reflexionar. Porque si no lo hacemos sobre nuestra práctica y sobre la situación en general, difícilmente lograremos entender lo que pasa y, menos aún, buscar soluciones para mejorar.
Un reto de la escuela siempre ha sido conseguir la motivación del alumnado hacia el aprendizaje. Ésta no es otra cosa que encender un pequeño fuego en la curiosidad de los niños y las niñas, e ir alimentándolo con hojas secas y ramitas para que no se apague. A veces se consigue conectando con sus intereses, otras con el amor al conocimiento en sí mismo, con el sapere aude, atrévete a saber. En educación secundaria se utilizan estímulos más “prácticos” como la expectativa de conseguir un mejor futuro laboral, la retribución o el reconocimiento profesional. Es el reclamo del llamado ascensor social.

En estos tiempos de crisis y de políticas conservadoras, lo malo no es solo que te quiten los derechos, e incluso las libertades; lo peor es que te roben los sueños. Son tiempos de desesperanza, las promesas de un mejor futuro tienen poca credibilidad y es más difícil que nunca motivar. Los ejemplos de personas conocidas con un alto nivel de estudios que están sin trabajo o se han tenido que ir fuera del país, tienen un efecto demoledor. Más aún en los barrios humildes y populares, donde el paro y las dificultades económicas azotan a las familias.
Contra el desánimo, lo único que podemos hacer es echar la mayor energía docente, utilizar metodologías apropiadas, mucho apoyo familiar, mucho afecto y confianza en el alumnado. En relación a esto último, quiero recordar una anécdota que refleja hasta qué punto es importante la labor del profesorado y la siembra de conocimientos, valores y confianzas.
En la celebración del veinticinco aniversario de mi antiguo instituto de Fuenlabrada, hubo una intervención memorable de una antigua alumna, hoy ciudadana de plena conciencia. Contó dos historias paralelas, la de una familia humilde, numerosa, que había emigrado allí y la de una persona: su familia y su historia personal. Habló de cómo se había roto el determinismo que, según los estudios sociológicos, la colocaban en un destino de trabajos no cualificados, embarazos adolescentes, tonteo con las drogas, botellón, etc.

Hoy esta persona es licenciada universitaria, con un máster, con el doctorado a punto de acabar, con amplia experiencia profesional, investigadora para la Universidad, conferenciante, ha recorrido medio mundo y un largo etcétera de méritos. Y las razones por las que, según ella, fracasaron estrepitosamente las estadísticas fueron: la familia, la educación pública y las políticas públicas en general (juventud, deporte…) del Ayuntamiento.
Por eso, añadía, que cuando la preguntan qué ha sido para ella la educación pública y si instituto solo podía responder: todo. Porque no es cierto que las personas solas se hagan a sí mismas: los padres y madres, los profesores, las personas en general ayudamos a desarrollar personas. Y nosotros somos como somos, porque centenares de personas han pasado por nuestra vida dejando su huella.

Esta alumna acabó su intervención pidiendo a las autoridades que mantengan las políticas públicas e inviertan más en ellas. A los profesores, que sepan que siempre siembran aunque duden y que sean un referente en momentos de pánico existencial. A las familias que les apoyen en los buenos y en los malos momentos. A los estudiantes que tengan confianza en ellos mismos, que sean constantes y pacientes, que sepan que pueden conseguir todo lo que se propongan, Y el último mensaje a todos: “que lo más bonito que se puede decir a una persona no es “te quiero”, sino “Creo en ti”. Con estas cosas el profesorado estamos más que pagados, aunque la administración educativa no nos reconozca el trabajo, nos suba la jornada y las ratios de alumnos y nos baje el salario desde hace años.

El desánimo no se combate negando una realidad incontestable de paro, precariedad, subida de tasas, reducción de becas e intento de privatizar y convertir en enseñanza de élite la universidad. Pero habrá que seguir intentando levantar el ánimo de los chicos y colocarles ante su responsabilidad individual y colectiva. Viene al caso aquella fábula que contaba que cuando la selva se quemaba entre grandes llamas, un minúsculo colibrí hacía viajes continuos del río al incendio, que sobrevolaba dejando caer cada vez una gota de agua de su pico. El resto de los animales que había logrado ponerse a salvo se reían de él. El colibrí muy serio les contestó: “Yo hago mi parte”.
Si todos y todas hiciéramos nuestra parte, las cosas nos irían mejor a cada uno y a la colectividad. Pero para ello hay que levantarse cada mañana con un afán y tener una visión global del mundo. Y saber que para mejorar la escuela hay que cambiar la sociedad, pero que no es posible mejorar la sociedad sin cambiar la escuela.»

Agustín Moreno, Sociologia Crítica

Emoção e sociabilidade em rede...



«A capacidade de mobilização e de articulação social e política das redes de sociabilidade baseadas na Internet - tais como aquelas abrigadas pelo Facebook ou Twitter - tem despertado o interesse de diversos atores, analistas e cientistas sociais. Um exemplo disto é a atenção que este tipo de media vem despertando entre os políticos profissionais. Em 16 de outubro de 2013, o ex-presidente Lula conclamava os seus seguidores no Facebook a atuar neste novo espaço técnico da seguinte forma: “Vamos utilizar essa ferramenta fantástica que é a internet para falar do nosso projeto, mostrar o que já fizemos e, claro, ouvir críticas, sugestões e questionamentos”[3]. Comentando o livro de Manuel Castells Redes de Indignação e Esperança, o ex-presidente Fernando Henrique Cardoso analisa a importância da tecnologia na viabilização de protestos na Islândia, Espanha e Egito: “Por trás desses protestos está o cidadão comum informado e conectado pelas redes sociais e por toda sorte de modernas tecnologias de informação”.[4]Dada a relevância evidente deste meio sociotécnico, não admira que políticos profissionais passem a buscar o apoio de especialistas em comunicação e em redes sociais para compreender e intervir nesse novo espaço de sociabilidade. Recentemente, por exemplo, Dilma Rousseff convidou ao Palácio do Planalto Jeferson Monteiro, o criador da personagem paródica Dilma Bolada, de enorme popularidade nas redes sociais baseadas na Internet. Com 1,4 milhão de seguidores no Facebook e 26 mil no Twitter, a personagem de Monteiro pode se dar ao luxo de obter espaço na agenda da Presidente da República, precisamente no momento em que seu autor havia decidido descontinuar as postagens envolvendo sua criação. 

O forte prestígio da personagem Dilma Bolada não pode, entretanto, ser avaliado apenas segundo os critérios da elevada audiência que ela obteve. Em um contexto, como é o das redes sociais on-line, onde todos os integrantes administram suas próprias páginas – pessoais ou institucionais – e se colocam como produtores de conteúdos, tanto quanto como consumidores e divulgadores, “o valor é cada vez mais calculado através da abrangência atingida por replicações, replies, menções, comentários, curtições e compartilhamentos de conteúdos”. Diferentemente do poder que se manifesta pela somatória dos seguidores, a “abrangência traduz o valor como a potência que consegue alcançar e o quanto pode mobilizar uma comunicação no interior das timelines” (Malini & Antoun, 2013, p.216). Nas comunicações em rede, os formadores de opinião se distinguem não pela contabilidade do número total de receptores, mas sim pelo cultivo da participação ativa daqueles que recebem os conteúdos postados. Sob vários aspectos, esse potencial dialógico é entendido como parte constitutiva da própria dinâmica estabelecida neste tipo de rede social. Recentemente, a propósito, os administradores do Facebook decidiram tomar medidas contra o que identificam como chamadas fraudulentas, posts de aparência sedutora, iscas (clickbaits), que, uma vez abertos, mostram conteúdo sem qualquer relação com as promessas iniciais: [5] sob uma chamada em que figura o vídeo de um terno animal de estimação, por exemplo, encontrar-se-ia uma propaganda qualquer. A identificação da fraude é possível - e este é o ponto - pela contabilização do tempo médio gasto por internauta ao abrir a chamada e pela proporção do número de comentários e compartilhamentos que esses ensejam, dada a quantidade total de acesso. A participação é sempre a atitude esperada.

Retomemos o ponto com o qual abrimos este texto. Dada sua incontestável força política e social, as mobilizações em rede também vêm ganhando uma atenção especial de um segmento das ciências sociais (ver, por exemplo, Lecomte, 2013; Dobwor, 2013; Singer, 2013). No que pese a importância desses estudos, em geral, eles compartilham de uma visão distanciada destes fenômenos, quer este afastamento seja garantido por alguma perspectiva econômica, na qual o político, o social e o cultural sempre parecem se subsumir, ou numa análise técnica que invariavelmente toma a rede como um fato dado e mesmo comparável a outros tipos de redes, como aquelas que podem ser percebidas entre insetos (a esse respeito, ver Ferreira e Fontes, 2014). Neste texto, por outro lado, procuramos recuperar um pouco do conteúdo emocional que forjam os “laços” e os “nós” dessas redes sociais e técnicas. Parece evidente que, a esse respeito, devemos partir de uma constatação bastante difundida entre os estudiosos da tecnologia: os engajamentos pelos quais se encadeiam as ações nas redes sociais on line são tecidos pela interface entre seres humanos e máquinas. Os “pontos” que compõem a intrigante topologia reticular dos movimentos coletivos via Internet “são conectadas não por laços sociais per se, mas sim por vínculos sócio-técnicos. Elas são unidas por conexões tão técnicas quanto sociais” (Lash, 2001, p. 112). Daí decorre a desconcertante impressão de que “já não se sabe ao certo se existem relações específicas o bastante para serem chamadas de ‘sociais’”, ao mesmo tempo em que “o social parece diluído por toda parte e por nenhuma em particular”, como observa Latour (2012, p.19). Isso que parece um truísmo, infelizmente, não se traduz em análises que deem conta dos dois polos que compõem o fenômeno em questão.

Entendendo as redes sociais baseadas na Internet como fenômeno socio-técnico, nossa abordagem não está à procura de pontos de origem em algum dos componentes da interface homem-máquina. Considera, antes, que trata-se de uma especial forma de relação que atualmente muitos de nós estabelecemos com as tecnologias de informação e comunicação, uma relação na qual somos autorizados e autorizamos, somos habilitados e habilitamos, somos capacitados e capacitamos a agir de forma imprevista (Latour, 2012). A partir dessa perspectiva, nossa intenção neste pequeno texto é perceber como a emoção é um componente fundamental das próprias dinâmicas sócio-técnicas – e, ao mesmo tempo, que a emoção encontra na interface entre humanos e dispositivos os ingredientes fundamentais que possibilitam e estimulam sua expressão. Tomaremos aqui o caso do Facebook como objeto de nossa análise e argumentaremos que a emoção é ali uma pressuposição do próprio dispositivo oferecido e, acreditamos, um dos motivos de seu enorme sucesso, de seu incontestável apelo. Lançado em 2004, por Mark Zuckerberg, o Facebook conta hoje com mais de 1 bilhão de usuários ativos – que utilizam a rede social ao menos uma vez ao mês –, dos quais mais de 60 milhões estão no Brasil.[6]

No que diz respeito à mediação tecnológica do Facebook, é notável o fomento à composição de coletivos de sociabilidade, considerando que esta é uma forma específica de relação social que pode ser definida, com Simmel (1983), pela mutualidade no cultivo do laço social per se, pela troca de conteúdos de cunho pessoal, pelo aspecto lúdico das interações e pela ausência de outras finalidades que não o recíproco prazer da sociação. Assim, o site oferece um serviço que investe na sociabilidade entre seus frequentadores, na medida em que incentiva algum tipo de reciprocidade na disponibilização de conteúdos provenientes de suas vidas pessoais e promove interações em torno desses conteúdos. O fato de a emoção ser um ingrediente e uma moeda de troca importante em redes sociais como o Facebook – que nos faz pensar em uma espécie de economia da dádiva em que laços são reforçados entre aqueles capazes de mostrar uma sensibilidade afim - talvez possa ser apreciado em primeiro lugar pelo fato de os laços que a compõem serem caracterizados como laços de “amizade”. Ainda assim, não é incomum que essa reciprocidade seja rompida unilateralmente de forma a preservar de alguma forma o laço. Isso ocorre, por exemplo, quando deixamos de seguir um determinado amigo, ou deixamos de ser seguidos por ele, por atitudes julgadas inconvenientes: postar exageradamente, por vezes sobre um único assunto, mostrar opiniões ou valores considerados inadequados, etc. À importância da continuidade deste “laço fraco”, o Facebook está atento: é possível poupar um “amigo” ou “amiga” da triste verdade de que ele ou ela se tornou um chato.

Para alguns, aquilo que no Facebook “nós designamos convencionalmente pelo nome de ‘amizade’ é um tipo de ligação inteiramente específica dos ambientes sociais da Web” (Casilli, 2010: 270). Isso significaria aceitar que, embora possua a mesma nomeclatura de um vínculo social off-line, trata-se de um tipo de laço que não existe senão nas dinâmicas típicas do mundo on-line. Ao tratar de fenômenos técnicos desta natureza, todavia, é sempre importante analisar a ambiguidade dos meios que estes dão lugar, o processo de contaminação mútua que existe por exemplo entre dinâmicas off e on-line. Por isso mesmo, é importante analisar o que comumente entendemos por amizade e ver como esse valor é negociado nas redes sociais. Na língua inglesa “essa amizade assistida por computador toma o nome de friending. O neologismo designa o ato de ‘amigar’ ou de ‘tornar-se amigo de’ alguém” (Casilli, 2010: 271). Não é de se admirar que essa forma de ligação assuma o estatuto de uma ação, uma vez que abarca o movimento voluntário e persistente de tecer e manter laços on-line, sejam quais forem as motivações dos indivíduos. O convite explícito para celebrar um laço de amizade no mundo virtual – que só tem paralelo no universo infantil – dá bem uma ideia de quão significativa é a ideia de ação neste âmbito. Esse exercício de tornar-se amigo, invariavelmente, está condicionado às possibilidades e às restrições dos sistemas informáticos.

A importância do uso do termo amizade para o sucesso do Facebook está associado, de maneira intuitiva, à ideia de que se trata de um ambiente onde se fica à vontade na medida em que seus frequentadores são convidados a se assegurar da qualidade dos laços que são ali formados. A sugestão é a de que estão todos entre amigos, senão, entre amigos de amigos[7]. A escolha do nome amizade - em torno do qual parecem se constituir as dinâmicas desta rede social - é sintomática da possibilidade que certos laços sociais têm de ser mais fortes que outros.[8] Quando indagado sobre as vantagens de fazer parte desta rede, não é incomum escutar de seus usuários que a possibilidade de manter contato com pessoas distantes espacialmente ou com amigos antigos dos quais se perdeu o contato estaria entre as mais atraentes. Assim, recursos disponíveis nesta plataforma, tais como “cutucar” parecem reforçar a pretensão de intimidade e emotividade sobre os quais os laços seriam fortalecidos. Entretanto, além da postagem de conteúdos, acreditamos que as ações de “curtir”, ou seja, de manifestar apreço, admiração, ou identidade com respeito a um conteúdo, e de compartilhar esses mesmos conteúdos estejam entre as ações que mais fortalecem os laços dentro da rede.[9]

É necessário aqui afirmar que o processo de reconhecimento e obtenção de prestígio na rede são fundamentais para que as próprias redes aumentem o número de seus nós. O Facebook estimula essa atitude propondo recorrentemente novas amizades, indicando amigos de amigos que talvez o internauta gostasse de incorporar à sua rede de contatos, ou melhor, de amigos. O motivo aqui é simples: a frequência das visitas, a intensidade das interações e seu alcance são os ingredientes a partir dos quais o Facebook obtém retorno financeiro e se dispõe a manter sua plataforma gratuita. Não é segredo que, nesse site, as ligações entre os usuários são os valiosos produtos da sociabilidade. O que o indivíduo curte e compartilha serve de base para que os algoritmos que orientam o Facebook possam oferecer produtos, serviços, sob a forma de propaganda[10]. O que você gosta, aquilo com o que você se identifica, que gostaria de compartilhar, são bases mediante as quais os anunciantes do Facebook podem propor negócios, serviços. Ademais, uma base de dados com informações tão valiosas acerca de gostos, preferências, susceptibilidades afetivas, convicções políticas e morais tem valor financeiro incalculável.

Não é de admirar que um tom afetivo, por vezes mesmo acalorado, circule e se propague, em certas ocasiões de modo furioso, nesta rede social. As opiniões, certezas associadas a esses afetos passam a ser um elemento fundamental na consolidação de laços ou em seu rompimento. Opiniões políticas intoleráveis podem ser objetos de avisos do tipo: “lamento informar, mas todas as pessoas que comungam com o valor x, a opinião y, que considero absurdas, serão excluídas, bloqueadas de minhas redes de contatos”. Esse tipo de anúncio, algo impessoal, reestabelece a diferença básica que existe entre amigo e contato. Além do ato de curtir ou compartilhar, as mensagens que são trocadas quando alguém se sente particularmente tocado por um conteúdo também são importantes no estabelecimento desta dinâmica. Os selfies, ou fotos de situações da vida cotidiana, postados recebem mensagens de incentivo ou expressão de afeto que variam de uma sonora risada em internetês (“hahahaha!” ou “kakakakaka|, carinhas sorridentes ou que distribuem beijos ou piscadelas, coraçõezinhos rubros) são um recurso bastante difundido, mas também comentários como “Linda!!!”, “Own!!”, “Adorei!”, “Que gato!” etc. etc. A própria plataforma oferece um recurso inestimável na manifestação de afetos: o lembrete do dia do aniversário de pessoas de sua rede de contatos, amigos. Há sempre ocasião para mensagens inspiradas, poéticas e respostas comovidas.

A intensidade dos afetos em rede é demonstrada sobretudo por ocasião da morte de celebridades, o que sempre envolve demonstrações emocionadas de admiradores, gente que se mostra “arrasada” diante do que consideram uma perda irreparável. “Choro desde ontem pela morte desse gênio que foi Rob Williams”, “tanta gente ruim continua vivo, por que Ariano Suassuna tinha de morrer?” A compartilha desses sentimentos é algo fundamental à manutenção, intensificação, estreitamento dos laços da rede. E, evidentemente, são passíveis de se tornar uma peça de negociação política e social. A prematura morte de Eduardo Campos constituiu-se em evento de delicada negociação de afetos no Facebook. Laços reforçaram-se, romperam-se ou se esgarçaram a partir da sensibilidade demonstrada por cada um em relação ao trágico evento: aqueles que se mostraram insensíveis à morte do candidato à presidência da República suscitaram a revolta daqueles para quem a oposição política não deveria ir tão longe. Estes foram acusados de postura política inconsistente, quando se tratava de adversários políticos, ou de acomodação pelos primeiros. Rupturas de laços ocorreram, independente de afinidades políticas recentes, com base em uma impossibilidade de compartilha de um mesmo pathos.[...]»

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quinta-feira, 30 de outubro de 2014

Ce que l'art contemporain dit de la France contemporaine

«Plus que jamais engagés, les artistes exposés à la Fiac disent le monde et ses douleurs, la France et les ailleurs. Donnant à penser par la plastique et son choc émotionnel nos nécessaires révoltes. Slate.fr a sélectionné quelques-unes de ces œuvres. Donovan Gogues, critique d'art, les commente pour nous.

1.Michel Sapin et Emmanuel Macron présentent le budget de la France à Bruxelles

Thomas Hirschhorn, Abschlag (Variable), 2014, Gladstone gallery
L’avis de Donovan Gogues, critique d'art pour le magazine italien Avanguardia, cultura e risotto.

«C’est une allégorie de la dette. Thomas Hirschhorn nous donne à voir l’envers du décor. Le double sous-titre de l’œuvre, Abschlag (réduction) et Variable, se réfère évidemment aux dérives des marchés financiers mondialisés. On est à la fois dans la construction dépositiviste et dans le cri, celui des âmes flottantes. C’est une juste dénonciation du libéralisme. Plus que jamais, l’artiste est un lanceur d’alerte.»

2.Débat d'idées à l'UMP


Liz Deschenes, Stereograph #1 - 4, 2012, Galerie Miguel Abreu
L’avis de Donovan:

«Liz Deschenes est dans l’épure, la clarté janséniste. Il se joue, dans cet espace structuré autour de la lumière, comme un possible. Le lieu de production est aussi celui de la représentation. Il n’y a rien à voir, rien à entendre, juste à imaginer ou, peut-être, à croire. C’est une audace intérieure, évidemment.»

3.Comme une inversion de la courbe

Blake Rayne: RA: 15h 17m 31.20s DEC: 31° 17m 31.619s, 2014, Galerie Miguel Abreu
L’avis de Donovan:

«Un artiste ne peut rester insensible aux souffrances de la société. Blake Rayne montre très exactement le point d’inflexion, à partir duquel le redressement d’une courbe s’inverse et c’est aussi, génie Janus de l’artiste, comme un labyrinthe, qui invite le spectateur à une double expérience. Car c’est aussi une dénonciation courageuse du néo-libéralisme dont la promesse prométhéenne n’est que chômage de masse.»

4.La Fronde

David Altmejd, Son 2 (Relatives), 2014, Andrea Rosen (0.A38), New York.
L’avis de Donovan:

«La Fronde est une de ces œuvres qui impose sa vérité discursive par simple renversement de perspective. Très certainement, et c’est d’une grande liberté, David Altmejd, veut renvoyer la querelle des frondeurs à ce qu’elle est: on marche sur la tête, disent-ils, mais leur discours produit un ventre infécond. Formellement, David crée dans la destruction, comme s’il schumpéterisait l’œuvre de Modigliani. »[...]»
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Aceleração tecnológica e sofrimento




«Há alguns anos não pesquisava, nem discutia temas relacionados aos desenvolvimentos da nanotecnologia no Brasil e no mundo. O convite simpático de Wilson Engelmann, a partir de uma sugestão de Paulo Martins, creio, para participar deste XI Seminário Internacional Nanotecnologia, Sociedade e Meio Ambiente foi uma oportunidade de revisitar um tema que me é caro, como o é a nanotecnologia na contemporaneidade, relacionando-o à aceleração tecnológica e ao sofrimento que dela decorre. Este Seminário, portanto, é para mim oportunidade de me reapropriar um pouco deste tema importante que mobiliza a todos aqui, aprendendo com as contribuições daqueles que a ele lhe devotaram uma atenção mais fiel que a minha. É também uma oportunidade de rever amigos. Agradeço, por tudo isso, a Wilson Engelmann e aos organizadores deste evento.

Deixem-me começar falando brevemente sobre o tema da aceleração. Diversos autores, com interesses variados que vão da sociologia, à antropologia, filosofia e teoria da técnica têm elegido a aceleração como um dos fenômenos modernos mais significativos na contemporaneidade. Hermínio Martins, por exemplo, tem falado recorrentemente de uma “aceleração da aceleração” - impulsionada pelas tecnologias da informação e pelas nanotecnologias - e dos tristes e inóspitos cenários em que uma adaptação pós-humana se tornaria cada vez mais inevitável. Paul Virilio nos remete a um contexto dromológicono qual já não podemos contar com sujeitos reflexivos capazes de se orientar racionalmente no mundo, um contexto no qual o projeto iluminista de controle sobre a vida humana e a realidade natural de modo amplo se torna impensável. Os aparatos tecnológicos nos fragmentam e recompõem sem que possamos imprimir um mínimo de identidade naquilo que fazemos. Jonathan Crary nos relata as implicações de um assalto ao sono, de um capitalismo que se programa para operar 24 horas por dia, 7 dias por semana. “Um ambiente 24/7 apresenta a aparência de um mundo social quando na verdade ele se reduz a um modelo associal de performance maquínica – uma suspensão da vida que mascara o custo humano de sua eficácia. Não se trata mais disso que Lukács e outros autores identificaram, no começo do século XX, como o tempo vazio e homogêneo da modernidade, tempo métrico ou calendário das nações, das finanças ou da indústria, de onde estavam excluídos tanto as esperanças quantos os projetos individuais. O que há de novo é o abandono a relento da própria ideia de que o tempo possa ser associado a um engajamento qualquer em projetos de longo prazo, incluindo aí fantasmas de ‘progresso’ ou de ‘desenvolvimento’ (Crary, p. 19). O instantâneo cada vez mais parece ser o nosso horizonte temporal, segundo podemos depreender das análise de Crary. O filósofo Peter Sloterdijk, por seu turno, fala-nos acerca dos aspectos niilistas de uma mobilização infinita dos seres que é promovida pelas tecnologias da velocidade. “Eis aí o que nos proporciona a fórmula dos processos de modernização: o progresso é movimento em direção ao movimento, movimento em direção a mais movimento, movimento em direção a uma maior aptidão para o movimento” (La mobilisation infini, p. 35). Nesta mobilização sem sentido de todas as coisas pelo imperativo da velocidade, nós somos capturados. Hartmut Rosa, de uma perspectiva mais sociológica, oferece uma análise interessante das tensões e intensidades entre diferentes âmbitos da aceleração, nomeadamente, no campo tecnológico, social e individual. “Experimentar a vida em todos os seus altos e baixos e em sua inteira complexidade se torna a aspiração central do homem moderno. As opções oferecidas sempre ultrapassam. Mas, ao fim e ao cabo, o mundo sempre parece ter mais a oferecer do que pode ser experienciado em uma vida individual”. E algumas linhas adiante, ele arremata: “A aceleração serve como estratégia para apagar a diferença entre o tempo do mundo e o tempo de nossa vida. A promessa eudemonista da aceleração moderna então parece ser um equivalente funcional das ideias religiosas da eternidade ou vida eterna, e a aceleração do ritmo da vida representa a resposta moderna ao problema da finitude e da morte” (Rosa, 2009, p. 91). Buscamos a intensidade do presente, sua aceleração e múltiplas possibilidades, como há alguns séculos se buscava um futuro, uma vida além da morte, que nos redimisse de nossa perecibilidade. 

Esses autores e suas ideias me ajudarão ao longo dessa exposição. Mas gostaria de principiar minha fala me reportando ao livro de Bernard Stiegler, Para uma nova crítica da Economia Política, um livro não diretamente relacionado ao tema aqui em foco, mas que certamente pode contribuir para lançar algumas luzes sobre este contexto amplo que nos interessa, ou seja, a aceleração da produção científica e tecnológica no plano nanométrico. O objetivo filosófico inicial de Stiegler nesta pequena é reclamar para a filosofia o campo da economia política para dali, não atualizar uma crítica marxista ao capitalismo contemporâneo, mas proceder a deconstrução - aqui no sentido que Derrida outorga a esse termo - de algumas das ideias fundamentais do velho pensador alemão. Mediante esse recurso, ele pretende analisar o papel fundamental que o consumo tem para entendermos a dinâmica acelerada do capitalismo contemporâneo.

A sociedade do consumo, ou mais propriamente, o consumismo contemporâneo é uma forma de lidar com as crises crescentes do capitalismo que resultam de uma tendência a diminuição da taxa de lucratividade, já observada por Marx no século XIX. Esta saída - que depende obviamente de uma aceleração no tempo de consumo das mercadorias, na perecibilidade de tudo o que nos cerca - no entanto, constitui uma falsa solução para o problema. Como já observava David Harvey, em A Condição Pós-Moderna, a aceleração proporcionada pelas tecnologias da informação, pela crescente financeirização das relações econômicas, pelo surgimento de modos flexíveis de gestão, constituiriam o conjunto de remédios encontrados pelo capitalismo para gerir crises que este produz inevitavelmente. A inovação sem tréguas e a obsolescência perpétua e programada de bens e serviços - às quais o impulso inovador está associado – apresentam uma afinidade eletiva clara com a propensão crescente ao consumo que conhecemos tão bem e a ação conjunta dessas forças salvaria o capitalismo de sua tendência à crescente diminuição das margens de lucro a que a própria concorrência levaria. Nestes cenários desoladores empregos, lucratividade, crescimento econômico não podem ser sustentados a longo prazo e para o conjunto da economia global. Ao produzir a perecibilidade, e portanto a aceleração do giro dos capitais, a inovação e aceleração da vida constituem uma resposta técnica para o problema político e social mais amplo que diz respeito à sustentabilidade, em sentido amplo, do capitalismo e do mundo em que vivemos, num sentido amplo.

Para Stiegler, as catástrofes ambientais que se anunciam e se realizam seriam, por exemplo, evidência da insustentabilidade de tal modelo. O desenvolvimentismo sem preocupações ambientais e sociais que conhecemos é uma evidência disto – pensemos na alternativa privada para encontrada para o problema da mobilidade urbana que adotamos, para ficarmos num exemplo menos controvertido. O consumismo, pois, é a lógica da devastação, do extenuação dos recursos e do próprio ser humano, mas sem ele o capitalismo parece incapaz de mitigar sua crise contemporânea. “´A política de investimento’, que não tem outro objetivo além da reconstituição do modelo consumista, é a tradução de uma ideologia moribunda, tentando desesperadamente prolongar a vida do modelo que se tornou autodestrutivo, negando e ocultando por tanto tempo quanto possível o fato de que o modelo consumista é agora massivamente tóxico" (Stiegler, p.5). O consumismo é necessariamente baseado no curto prazo, no descartável, na especulação, na aceleração da aceleração, tanto da produção como do uso dos bens e serviços, e esta última é intrinsecamente “tóxica”, para voltarmos ao termo usado por Stiegler, tanto para o ser humano quanto para o seu ambiente. Os desastres ambientais, o aumento de doenças relacionadas ao stress da vida contemporânea não são efeitos colaterais da aceleração tecnológica - desajustes que poderiam ser contornados mediante a racionalização dos cálculos de risco -, mas sua própria essência. O consumismo é uma expressão consumada do niilismo ocidental.

Para Stiegler, um elemento fundamental de todo modo tecnológico é constituir uma forma de “gramatização”, isto é, grosso modo, de automatização, formatação e reprodutibilidade da vida social. Sem ela não há propriamente formas sociais previsíveis a partir das quais nós possamos nos relacionar, evidentemente, mas sempre podemos, e é este o caso agora, perguntar a que tipo de gramática submetemo-nos quando aceitamos sem mais este modelo da aceleração e do consumo desenfreado, quais são seus pressupostos. Toda “gramática social” diz-nos sempre o que é importante que retenhamos na memória - que gestos, movimentos e atitudes devemos tomar, em quais circunstâncias - e segundo que tipo de prioridade e acessibilidade devemos preservar um evento do esquecimento. O poder sempre se estabelece como gramática, como memória acessível de algum tipo de comportamento esperado e esquecimento daquilo que compromete sua lógica de reprodução. Um dos pressupostos das tecnologias de aceleração contemporâneas (isto é, da aceleração da aceleração) é, todavia, o fato de promover o esquecimento, isto é, elas promovem o esquecimento do que já sabemos das coisas (o nosso saber-fazer, nosso know-how) e da forma como aprendemos a viver (nosso savoir-vivre). Para conseguir esses objetivos, as tecnologias de aceleração que lastreiam a sociedade do consumo se baseiam em um tipo específico de gramatização, nomeadamente, a de nossos desejos.

O velho Marcuse já nos dizia algo parecido em vários de seus livros, em O Homem Unidimensional, por exemplo. No contexto em que vivemos, é preciso não apenas formatar os nossos desejos em direção ao consumo de produtos disponíveis, mas estimular o próprio impulso de desejar. É preciso que desejemos desejar, pois essa é a regra segundo a qual nos tornamos funcionais num mundo acelerado, da instantaneidade. Nossa energia libidinal, portanto, deve ser domada ou, para usarmos o novo sentido que Stiegler dá a esse termo, proletarizada pelos aparatos de produção e consumo capitalistas. A aceleração tecnológica só é concebível nestes termos. Ouçamos Stiegler: “Marx não pôde, entretanto, antecipar o papel da exploração e funcionalização de uma nova energia, que não é a energia do proletário produtor (o labor como pura energia laboral), nem a energia motriz de um novo aparato (tal como óleo ou eletricidade, que são colocados a serviço da indústria do aço e das indústrias da cultura), mas antes a energia do consumidor proletarizado – quer dizer, a energia libidinal do consumidor” (p. 25). Nosso modo de vida é, portanto, vertiginosamente desejante e, por isso mesmo, ansioso, incapaz de gozar a partir das competências cognitivas, estéticas, práticas que conquistamos ao longo do tempo, fundamentalmente destruidor de todo saber viver que eventualmente essas competências ajudam a constituir. Poderíamos neste ponto recordar do livro de Richard Sennett acerca do que ele denomina “corrosão do caráter”, ou seja, como as relações profissionais, humanas são minadas diuturnamente num contexto de aceleração tecnológica e da flexibilização ampla (das relações laborais e entre os seres humanos) que lhe é imprescindível.

Se aceitamos a argumentação de Bernard Stiegler, parece evidente que as nanociências e nanotecnologias desempenham hoje um papel importante na constituição desta gramática da destruição programada, da mobilização e aceleração constantes dos ‘fatores produtivos’, da energia libidinal que predispõem ao consumismo e seus efeitos tóxicos. Esta aceleração pode ser traduzida em números que não podem deixar de ser considerados pelos gestores de ciência, tecnologia e inovação. Entre as poucas informações que oferece sobre nanociências e nanotecnologias, o site do Ministério da Ciência, Tecnologia e Inovação traz as seguintes: ““Dados recentes da Organização para a Cooperação e Desenvolvimento Econômico (OCDE) e empresas de consultoria indicam que o mercado de produtos nanotecnológicos movimenta cerca de US$ 350 bilhões e, em 2020, estima-se que esse valor será superior a US$ 3 trilhões”[1]. Em termos mais concretos e atuais, a nanotecnologia já aparece em um número considerável de produtos comercializados em todo o mundo, que vão de protetores solares, a componentes de computadores ou implementos agrícolas.

“Ao menos 1.600 produtos para o consumo entraram o mercado apenas nos últimos, e isso é apenas uma fragmento dos produtos e processo já em uso e em desenvolvimento – todos medidos em unidades 90.000 vezes menores que a largura de um cabelo humano. Por volta de 2020, seis milhões de pessoas ao redor do mundo podem trabalhar com nanomateriais, revolucionando o tratamento da saúde, tecnologia da informação, sistemas de energia e outros campos. As corporações agora contribuem com metade dos fundos para pesquisa em fronteiras nano, alcançando os governos, liderados pelos Estados Unidos (com U$ 21 bilhões investidos desde 2001) e 60 outros países, mais proeminentemente a Alemanha, França, Japão, Coreia e China) (Nanotechnology and the S&P 500: Small Sizes, Big Questions, By Susan L. Williams)

Que não existam marcos de regulação da produção e comercialização destes produtos a partir de pesquisas robustas de impacto ambiental e de saúde significa apenas isto: o investimento maciço em inovação realizado pelas companhias precisa ser traduzida em lucros que realimentem as condições de competitividade e reinvestimento destas companhias. O tempo aqui, por tudo o que dissemos, é uma questão vital. Em outras palavras, assim como a indústria de armas não pode subsistir sem produzir guerras e uso cotidiano de armas de fogo, os US$ 21 bilhões investidos pelo governo estadunidense, somados aos outros tantos bilhões que deveram ser investidos por empresas daquele país, de 2001 a 2013, precisam se traduzir em produtos que gerem receitas capazes ao menos de recuperar aqueles investimentos. Para as companhias, a diferença entre o curtíssimo e o curto prazo pode significar prejuízos consideráveis, donde a pressão pela aceleração. Por isso mesmo: “Uma crítica recente feita pelo National Research Council (NRC) concluiu que ‘esforços de investigação ambiental, de saúde e segurança não etão conseguindo acompanhar as aplicações de nanotecnologia, em seu crescimento e desenvolvimento, e os potenciais efeitos destes materiais sobre os humanos e ecossistemas não são ainda completamente entendidos” (Ibid, p. 26). Não repisarei o óbvio para vocês: as propriedades da matéria em nanoescala e sua interação com o mundo que conhecemos estão longe de serem compreendidas satisfatoriamente. Acrescentarei apenas que a desmaterialização a realidade, o fato de que nossas intervenções tecnológicas ganhem o nível molecular em áreas como a física, química e biologia guarda uma afinidade clara com a aceleração sobre as quais falamos. A lógica parece ser: se a matéria resiste, podemos reconfigurá-la, desmaterializá-la e reconfigurá-la de acordo com as necessidades cinéticas de nosso modo de vida.

Aqui, evidentemente, não se trata de fazer uma análise das nanociências e nanotecnolgias in abstracto, mas no contexto dos compromissos político e econômicos que a pesquisa científica nessa área não pode deixar de estabelecer com essas forças mais amplas. Qualquer cientista que se dedique a uma pesquisa pela produção de novos materiais, a partir de sua manipulação em escala manométrica, terá necessariamente que se confrontar com essa realidade. Há alguns anos, quando entrevistei investigadores brasileiros da Rede Nacional de Nanobiotecnologia, o depoimento de uma cientista mineira me chamou a atenção precisamente por evidenciar as pressões dromológicas com as quais a pesquisa em nanotecnologia convive. Ora, existe em toda pesquisa que objetiva desenvolver novos fármacos uma restrição com a qual os laboratórios têm de conviver, se essa pesquisa se destina a promover a saúde humana. Todos sabemos que neste campo a inovação é particularmente demorada. Mesmo quando um fármaco teoricamente mostrou sua eficácia, ainda é necessário um período considerável com testes com seres humanos para dimensionar seus possíveis efeitos colaterais. Parte do grupo que se dedica a nanobiotecnologia em Minas Gerais havia decidido dedicar suas atividades de pesquisa à promoção da saúde animal, precisamente porque ali o processo poderia ser acelerado sem as restrições éticas que encontramos quando tratamos de testes de medicamentos em seres humanos. Segundo a mesma cientista, a decisão de pesquisar cosméticos também teria esse como um fator importante: controles biológicos de segurança mais brandos no campo dos cosméticos, se o comparamos aos medicamentos, naquele momento, hoje já não saberia dizer, distintamente da produção de medicamentos para seres humanos, significavam uma aceleração do processo inovador.[...]»

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quarta-feira, 29 de outubro de 2014

A república dos impunes


«Há poucos dias o primeiro-ministro acusou comentadores e jornalistas de serem "preguiçosos" por dizerem que a situação em Portugal estava pior que em 2011. É certo que não se conhece nenhum prodígio de produtividade a Passos Coelho, tirando a acumulação dos cargos políticos com o trabalho na Tecnoforma, mas os argumentos devem ser avaliados pelo que são e não pelos telhados de vidro de quem os emite.

É necessário analisar a nossa situação de uma forma séria, e para isso nada melhor que avaliarmos uma série de sectores para vermos se a nossa situação melhorou: devemos menos ao estrangeiro? Temos mais gente a trabalhar? As pessoas têm rendimentos mais elevados? O Serviço Nacional de Saúde funciona melhor? A justiça funciona com menos atrasos? O ano lectivo começa como deve ser, no dia marcado com as aulas e com professores? O sistema financeiro é seguro e os bancos não estão à beira da falência? A sociedade portuguesa é mais justa? A diferença entre muito ricos e muito pobres é menor? Os responsáveis pela falência do BPN, do BPP e do Grupo Espírito Santo foram devidamente investigados, assim como os autores das ruinosas parcerias público-privadas? A maioria das empresas em sectores estratégicos não foram vendidas por tuta-e-meia? A distribuição de rendimentos entre capital e trabalho é mais justa? Os impostos não subiram desmesuradamente? As reformas das pessoas que trabalharam a vida toda não foram cortadas? Somos hoje um país mais democrático e independente?

Temo que tirando os juros do dinheiro que pedimos emprestado, que dependem sobretudo das garantias do BCE, todas as respostas a estas questões sejam negativas.

O plano da troika não teve resultado nenhum para além de ter permitido que os bancos alemães e franceses se livrassem de dívida portuguesa. O empobrecimento generalizado da maioria da população, a chamada "desvalorização interna", para conseguir fazer à bruta aquilo que normalmente se faz de uma forma mais equilibrada com a desvalorização da moeda, não alterou a estrutura e a competitividade da nossa economia.

Aliás, é mesmo difícil garantir que a situação de descalabro dos banqueiros que andaram a viver acima das suas possibilidades e à nossa custa, não possa implicar um novo pedido de ajuda internacional. O BES está mal. O BCP não se recomenda e mesmo o Montepio e a Caixa Geral de Depósitos estão expostas ao buraco do Espírito Santo.

A solução habitual dos últimos 40 anos tem sido não fazer nada. Voltar a eleger os partidos que contribuíram, à vez, para o descalabro em que o país caiu. O mais radical que se conseguiu arranjar foi dar aos protagonistas do desastre um qualquer doutoramento  honoris causa.

Se queremos sair deste buraco e impedir que esta situação continue, talvez fosse interessante perceber que o estado a que isto chegou não depende da mudança de protagonistas, mas da ruptura completa com um sistema que promove o amiguismo e o compadrio. Precisamos de uma ruptura democrática e popular que devolva o poder à sociedade.» 

Nuno Ramos de Almeida, "i".

Recensão de "Se Deus Fosse um Activista dos Direitos Humanos" de Boaventura de Sousa Santos


"A religião, bem como a sua relação com a “coisa pública”, fazem correr rios de tinta em debates académicos a nível internacional, mas também entre activistas dos direitos humanos. De facto, o tema tornou-se um must, apesar de não me parecer injusto nem excessivo dizer que, em Portugal, estes debates não só continuam por fazer, como o conhecimento da sua existência por outras paragens também continua a ser escasso. Por isso mesmo, a obra de Boaventura de Sousa Santos, Se Deus fosse um Activista dos Direitos Humanos, constitui uma pedrada no charco parado da pouca discussão sociológica e multicultural, entre nós, do papel público e sociopolítico da religião. O livro procura dar conta do peso que as crenças religiosas ou a espiritualidade das várias religiões tem nos “activistas da luta por justiça sócio-económica, histórica, sexual, racial, cultural e pós-colonial” (idem). As diversas formas como a religião se cruza com estas lutas, e constitui inspiração para as mesmas, testemunha, na perspectiva do autor, que a “ideologia da autonomia e do individualismo possessivos” (p. 8), típica da Modernidade ocidental, foi posta em causa.

A emergência das várias tendências e matizes das teologias políticas (que Boaventura de Sousa Santos define como “as concepções da religião que partem da separação entre a esfera pública e privada para reclamar a presença (maior ou menor) da religião na esfera pública” – p. 9) coincidiu com a entrada dos direitos humanos nas agendas nacionais e internacionais. Ora, segundo o autor, a religião e os direitos humanos constituem “duas políticas normativas” que parecem não ter nada em comum: enquanto a primeira contesta a remissão da discussão acerca da dignidade humana (associada ao cumprimento da vontade de Deus) para o domínio privado, tal como pretendeu a modernidade, nos seus planos secularistas, a segunda é individualista, secular, ocidento-cêntrica (culturalmente) e Estado-cêntrica. Como fazer “um exercício de tradução intercultural entre estas duas políticas normativas” (p. 9)? É esta a pergunta para cuja resposta Boaventura de Sousa Santos pretende contribuir com este livro.

Hoje, a “reivindicação da religião como elemento constitutivo da vida pública” coloca-se à escala global. É conhecida a destrinça que Boaventura de Sousa Santos faz entre diversas formas de globalização e o seu contributo para a identificação dos contornos de uma globalização contra-hegemónica (“a partir de baixo”, isto é dos movimentos sociais) que contestam e procuram alternativas a uma globalização hegemónica (neoliberal). Como se enquadram as teologias políticas nestas diversas formas? Antes de mais, é necessário reconhecer, como o autor bem diz, que “a resolução ocidental moderna da questão religiosa” não constitui necessariamente o caminho a seguir noutras partes do mundo. Aliás, na sua perspectiva, aquilo que o Ocidente parece querer impor como um modelo universal não passa de um localismo globalizado, de “uma solução local que, por via do poder económico, político e cultural de quem a promove, expande o seu âmbito a todo o globo” (p. 34). É, pois, necessário analisar as consequências deste processo à escala global.

O livro é de extrema utilidade como roteiro para a identificação dos diversos tipos e impactos das teologias políticas existentes atualmente, já que procede a uma caracterização complexa (recusando os simplismos correntes na análise desta temática, particularmente, quando se cruza com a questão dos fundamentalismos!), das diversas correntes, retomando a ideia de que o denominador comum a todas é a reivindicação da intervenção da religião na vida pública. Igualmente relevante e desmistificadora é a análise dos fundamentalismos – no plural, visto que o fenómeno, hoje associado de forma simplista ao Islão, teve, afinal, a sua raiz nos Estados Unidos da América, no fim do século XIX. Demarcando-se claramente de uma análise redutora do Islão, e afirmando a necessidade de olhar para o mesmo reconhecendo a “diversidade de experiências religiosas” existente no seu interior, Boaventura de Sousa Santos analisa “o Islão político fundamentalista”, afirmando que este se alimenta do fracasso dos projectos nacionalistas secularistas e ditatoriais. O fundamentalismo cristão, por seu turno, sobretudo nos Estados Unidos da América e na América Latina, adquire hoje formas neoliberais, por exemplo, nas chamadas “teologias da prosperidade”, da Nova Direita e do neo-Pentecostalismo de expressão partidária (no Brasil, por exemplo).

A obra coloca o dedo na ferida da possibilidade de conciliar (ou não) o sagrado e o profano, o religioso e o secular, o transcendente e o imanente e afirma que a pergunta acerca da possibilidade ou impossibilidade de diálogo entre estes se coloca de forma mais premente nas chamadas “zonas de contacto”, onde a existência de “concepções rivais da dignidade humana, da ordem social e da transformação social” (p. 75) se torna mais óbvia. Existirão “outras gramáticas de dignidade humana”, após o “falhanço histórico” (p. 77) de uma compreensão e de uma prática dos direitos humanos entendida como a “universalização” do seu modelo ocidental? Boaventura pensa que sim. Mas o reconhecimento dessas outras gramáticas exige a superação de um pensamento e de práticas centradas em compreensões monoculturais rivais, quer estas sejam inspiradas por um universalismo cristão de tipo medieval, quer por um Islão empenhado em “islamizar a modernidade” (p. 79). E exige também a denúncia da injustiça histórica produzida pela modernidade ocidental, ao retirar às outras culturas e ao futuro dos outros povos a “capacidade de produzir futuros alternativos” (p. idem).

Quererá tudo isto dizer que os direitos humanos devam ser descartados como algo frágil, como uma imposição ocidental incompreensível para outras culturas e outras formas de modernidade? Será possível equacioná-los numa perspectiva que supere as diversas formas de injustiça? Haverá formas de teologia política capazes de contribuir activamente para esta transformação dos direitos humanos num “instrumento de emancipação social” (p. 99)?Boaventura Sousa Santos pensa que sim. Mas tal só será possível no contexto de uma “ecologia dos saberes”, na qual teologias progressistas, contra-hegemónicas, se articulem numa “ecologia de concepções de dignidade humana”, isto é, numa visão que contribua para “recuperar a ‘humanidade’ dos direitos humanos” (p. 105), recuperando a memória libertadora de um Deus que “está envolvido na história dos povos oprimidos e nas suas lutas de libertação” (p. 106). Por isso, o autor considera que as diversas formas de teologia da libertação em diferentes quadrantes, tanto no contexto cristão, como islâmico, são as que estão em melhor posição para entabular este diálogo, uma vez que são contextualizadas, radicalmente críticas do capitalismo, perspectivadoras de uma sociedade mais justa, abertas à “experimentação para diálogos mais amplos, envolvendo concepções religiosas e não-religiosas da dignidade humana” (p. 120).

Nas últimas linhas, a obra regressa à hipótese inicial de um Deus activista dos direitos humanos. E conclui: “se Deus fosse um activista dos direitos humanos, Ele ou Ela estariam definitivamente em busca de uma concepção contra-hegemónica dos direitos humanos e de uma prática coerente com ela. Ao fazê-lo, mais tarde ou mais cedo, este Deus confrontaria o Deus invocado pelos opressores e não encontraria nenhuma afinidade com Este ou Esta. Por outras palavras, Ele ou Ela chegariam à conclusão de que o Deus dos subalternos não pode deixar de ser um Deus subalterno” (p. 135). E essa concepção, no pensar do autor, abriria a porta a uma concepção politeísta de Deus – a única, do seu posto de vista, que “permite uma resposta inequívoca a esta questão crucial: de que lado estás?” (p. 136).

Esperemos que esta obra contribua para animar o tal debate, ainda por fazer em Portugal, em torno de leituras políticas da religião e das suas articulações e desarticulações com os direitos humanos, bem como em torno da superação de fundamentalismos e da procura de caminhos de emancipação. Um livro a ler, pois! Um must no panorama nacional e internacional (o livro já está traduzido para espanhol e editado no Brasil)."

CES, Teresa Toldy

terça-feira, 28 de outubro de 2014

Juventud precaria: quiebra social en España y Europa




«La brecha de la desigualdad no ha dejado de crecer desde que se inició la crisis. España es el país de la UE donde más familias se están empobreciendo. Nuestra tasa de paro juvenil supera desde hace tiempo el 50%. Y el problema del desempleo –no solo entre los jóvenes– se agrava con la precariedad de los que trabajan y con el olvido de los que ni siquiera quedan recogidos en las estadísticas oficiales.
La marginación, el paro estructural, la emigración, la falta de oportunidades… contribuyen a crear un panorama cada vez más preocupante. Los jóvenes son mayoritariamente una generación bien formada, aunque sin acceso al trabajo ni a la vivienda. Y cada vez ven más difícil participar en una sociedad en quiebra: en quiebra social y laboral, y también en quiebra política.

La quiebra social, visible en la desigualdad, la creciente indignación y los obstáculos para el desarrollo de la vida personal en sociedad, se hizo más visible con los ataques al Estado de Bienestar. Y ha cobrado fuerza con los recortes en las políticas sociales. Pese a su inconsistencia, siguen vivos dos argumentos que ya se esgrimían hace décadas para atacar a las políticas públicas. Siguen más vivos que nunca, aunque en realidad son meros revestimientos ideológicos que encubren la defensa de intereses privados.
Primer argumento. Las políticas sociales son responsables de los déficits públicos; hay que recortarlas para salir de la crisis; no podemos seguir sufragándolas. Todo eso es falso. Las políticas sociales tienden a autofinanciarse, como se aprecia en las comparaciones internacionales que recogen los Presupuestos de la Seguridad Social española: en los países de la UE, incluido España, la recaudación en concepto de políticas sociales es similar, e incluso superior, a los gastos en políticas sociales. Las cotizaciones de empresarios y trabajadores aportan más a las arcas públicas que los gastos que implican las políticas sociales.

Las cifras medias de la UE-27 en los últimos años reflejan que los ingresos sociales rondan el 30% del PIB, mientras los gastos sociales representan alrededor del 29% del PIB. Así ha sucedido también en las últimas décadas, cuando lo habitual era registrar superávits en la Seguridad Social, incluso en España. Solo ahora esas cifras empiezan a cambiar, por razones demográficas y por el espectacular aumento del desempleo. Eso demuestra también la importancia de estimular la creación de empleos de calidad, que contribuirían, además, a incrementar la recaudación fiscal ahora y en el futuro.
Aunque en estricta lógica presupuestaria no sean comparables los ingresos y los gastos sociales, no se puede acusar a estos últimos de ser los causantes de la crisis fiscal, ni de la crisis. Además, aunque no siempre se diga, el gasto social es proporcionalmente menor en nuestro país.
Segundo argumento. Las políticas públicas son ineficientes; el sector privado asigna mejor los recursos; hay que reducir el tamaño del Estado para facilitar el crecimiento, la competitividad y el empleo. Tal razonamiento carece de soporte empírico: ni está demostrado que el sector privado es necesariamente más eficiente, ni hay fundamentos para afirmar que las políticas públicas influyen negativamente sobre la actividad económica y el bienestar. Más bien sucede lo contrario.

Sin embargo, sí existe la certeza de que cuando el Estado y las políticas públicas dejan su lugar a las empresas privadas, éstas tienen más margen de maniobra y mayor facilidad para incrementar sus beneficios, aunque no necesariamente mejoren los niveles de eficiencia, ni las prestaciones a los ciudadanos, ni el desarrollo económico.
Hay múltiples ejemplos de ello, pero quizá uno de los más claros se encuentra en los reiterados intentos de privatizar la sanidad pública madrileña, que no han avanzado más por dos motivos: la movilización ciudadana y la lucha de los profesionales del sector. Además de las protestas, el acierto de la marea blanca consistió en emprender demandas judiciales sólidamente fundadas, y en pedir a la Comunidad de Madrid que demostrase con números el pretendido beneficio de las privatizaciones. Las autoridades madrileñas fueron incapaces de hacerlo: carecían de cálculos reales, y no era políticamente correcto admitir que las privatizaciones solo beneficiaban a algunas empresas y personas.
A la debilidad de estas argumentaciones se ha unido otra mentira más, aunque gracias a su simplicidad también ha calado profundamente en gran parte de la población, insuflando una ilusión que no es más que eso, una falsa ilusión. Se trata de los impuestos. En concreto, de un viejo mensaje que escuchamos con énfasis renovado: ¡Los impuestos están bajando! También es falso, al menos en España, donde la imposición indirecta no ha dejado de crecer.

De hecho, el IVA es el impuesto que más ha aumentado. Y esa tendencia hacia una menor equidad continuará, como se refleja en los presupuestos de 2015. Pero la estrategia resulta coherente con el objetivo de privar al Estado de sus funciones de legitimación social, aunque se refuercen otras funciones orientadas a preservar el orden interno y externo vigente.
En este escenario de recortes del bienestar y creciente regresividad fiscal, las políticas sociales son cada vez más insuficientes para combatir las desigualdades y la precariedad. Pero queda muy bien decir que los impuestos bajan, aunque la presión fiscal suba, y aunque suba sobre todo para las rentas del trabajo y los sectores de población con menores ingresos. Por el contrario, las grandes fortunas y las grandes empresas protagonizan el grueso del fraude fiscal y proporcionalmente pagan menos impuestos, aunque sus tipos impositivos nominales sean más elevados. Son factores que ayudan a explicar el paulatino deterioro de las rentas del trabajo en la renta nacional; lo contrario de lo que está sucediendo últimamente con las rentas del capital.
Ante tal panorama, parece muy moderno atacar sistemáticamente al Estado y sus políticas. Y es más complejo defender los valores de la cohesión y la solidaridad, aunque pensemos que las políticas públicas pueden y deben ser más eficientes y transparentes, además favorece la estabilidad y la equidad. Todo esto resulta paradigmático en el caso de las políticas sociales, dado que entre sus misiones figuran, precisamente, facilitar la igualdad de oportunidades y combatir la exclusión. Más aún en situaciones de crisis, desempleo y merma continuada de los salarios y las condiciones laborales.

A diferencia del sector financiero, las políticas sociales sufren recortes continuados, impulsados por una austeridad mal entendida. Una austeridad que las instituciones de la UE han convertido en su desafortunada bandera. Con ello, las políticas sociales se están convirtiendo en residuales, dentro de un Estado de Bienestar agónico. De un Estado (a secas) que está renunciando a su capacidad de actuar frente la desigualdad y la precariedad crecientes. De unos gestores públicos que se decantan por facilitar la acumulación privada de capital, en lugar de reforzar los vínculos entre ciudadanos e instancias gubernamentales (incluidas las instituciones europeas).

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 EcoNuestra

José Antonio Nieto Solís
Profesor titular de Economía Aplicada en la UCM y miembro de econoNuestra

Lucía Vicent Valverde
Investigadora en el ICEI (UCM) y miembro de FUHEM Ecosocial

Le crépuscule du social, Didier Vrancken




«1Dans ce petit ouvrage synthétique (94 pages) présenté comme un manuel, Didier Vrancken (sociologue à l’Université de Liège) propose d’esquisser une synthèse critique de la notion d’État social, défini comme l’ensemble des politiques sociales mises en place ou impulsées par la puissance publique, et de ses manifestations contemporaines. Se situant dans la lignée des travaux devenus désormais classiques de Robert Castel1, de Gosta Esping-Andersen2 ou encore de Jacques Donzelot3, l’auteur expose son propre modèle conceptuel pour penser l’émergence de la question sociale, son traitement et la variabilité des formes d’intervention de l’État au XIXe, XXe et en ce début de XXIe siècle. À partir de l’analyse du cas de l’État social belge et, dans une moindre mesure, français, il entend proposer une grille d’interprétation originale pour comprendre les transformations de l’intervention sociale étatique observées depuis les années 1980, interprétées par certains comme un recul, voire une mort du social. Après une première parution en 2002, l’ouvrage est réédité et augmenté d’une préface et d’une postface qui prolongent l’analyse à la lumière du contexte de contraction des dépenses publiques en Europe depuis la crise de 2008.

2Dans un premier chapitre, l’auteur revient sur l’idée d’un social en « crise » dans les sociétés européennes contemporaines. L’« invention du social » ou plutôt de l’État social dans la société belge résulte de compromis politiques entre forces sociales opposées. L’organisation en piliers au fondement de l’État belge, hérité de ces luttes entre chrétiens, socialistes et libéraux fonde alors le contrat social sur lequel ont pu s’édifier les institutions sociales du pays, illustrant le caractère foncièrement central de la question sociale dans la construction même de la société politique. Pour Didier Vrancken comme pour Robert Castel, « le social » comme principe de définition publique de la répartition des ressources et des risques collectifs au sein de la société est bel et bien au fondement du contrat démocratique instaurant la citoyenneté moderne. La question d’une crise profonde et durable de l’État social, en partie basée sur les analyses de Pierre Rosanvallon4, procède alors de la remise en cause de ce contrat. L’apparition de l’exclusion comme « nouvelle question sociale » illustre l’incapacité des institutions sociales classiques à répondre aux transformations ayant touché la sphère productive à partir des années 1970-1980. Pour l’auteur cependant, « il semble qu’un consensus soit apparu pour sauver vaille que vaille [le] modèle » (p. 27) corporatiste issu du compromis politique de l’après-guerre, au risque que son affaiblissement progressif mène à son épuisement.

3Dans un second chapitre intitulé « L’État actif à la rescousse », l’auteur présente l’ensemble des défis posés au modèle de l’intervention indifférenciée et l’émergence d’un nouveau modèle basé sur l’activation du social et l’individualisation de l’intervention étatique. Pour l’auteur, la transformation de la philosophie même de l’intervention étatique provoque une tendance à la victimisation et à la « psychologisation » du social, voire à la pénalisation dans une logique de justice réparatrice, en lieu et place de la justice redistributive. Le recours accru au droit pour résoudre les conflits sociaux, aussi bien dans son aspect sécuritaire (pénalisation de la pauvreté) que dans la mise en place de nouveaux droits (lois contre le harcèlement moral en entreprise, par exemple) résulte alors de cette logique victimaire issue d’une conception du social repliée sur l’individu. Si cette piste d’analyse semble particulièrement intéressante, notamment en regard du cas américain où la saisie de la justice pour des motifs de « souffrance sociale » est beaucoup plus fréquente qu’en Europe, on regrette cependant que l’auteur cite en exemple, à de nombreuses reprises, le cas des viols et des abus sexuels, sans donner plus de précisions sur sa pensée. Le lecteur français peine à comprendre la pertinence de tels exemples, et il faut alors être attentif pour saisir, à la page 49, la référence à l’affaire Dutroux, sur laquelle l’auteur a par ailleurs publié plusieurs articles (notamment une analyse sur les motivations des manifestants de la Marche Blanche). Sans cet éclairage, la référence peut sembler déplacée, ou pour le moins elliptique.

4Le troisième et dernier chapitre constitue indéniablement la partie la plus intéressante de l’ouvrage, puisque l’auteur y développe sa propre interprétation de la « crise » de l’État social et des possibilités de sortie de cette crise. On s’éloigne ici du registre du manuel adopté dans les deux premiers chapitres constitués de synthèses de nombreux auteurs, pour aborder un point de vue critique sur la notion même de « crise du social ». Pour l’auteur, le social fut et sera toujours en « crise » : le compromis issu de l’après-guerre n’est pas figé, il a toujours été soumis à des tensions contraires et sa remise en cause est contemporaine de sa naissance. La tendance à l’individualisation du social ne constitue pas non plus une invention nouvelle, mais une inclination présente dès les prémisses de l’État social et qui tendrait simplement à prendre davantage de place aujourd’hui. Cette perception du social comme « inachevé » par essence constitue l’apport principal de cet ouvrage, qui a le mérite de délaisser la binarité du modèle « expansion – crise » pour comprendre le social dans sa dimension dynamique, issu des antagonismes et des rapports de force. À cette fin, l’auteur développe une analyse triptyque basée sur les relations réciproques entre économique, politique et social et visant à ordonner les défis qui se posent à chacune d’entre elles. L’évolution de ces relations semble tendre vers une croissante individualisation et subjectivisation, justifiant l’apparition d’un État social « polychrome ».

5En abandonnant la rhétorique de la « fin » du social, l’auteur montre l’effet pervers que constitue le déplacement du social « hors » de la société, comme un problème résiduel, alors même que les catégories de la précarité se brouillent et que l’incertitude s’étend pour tous les citoyens. Il défend alors la nécessité de le replacer au cœur de la production de la société, sans quoi il deviendrait « barbare, étranger à lui-même » (p. 87). Contrairement à ce que le titre plutôt sombre de l’ouvrage pouvait laisser présager, Didier Vrancken présente une vision nettement positive de l’avenir de l’État social, pariant sur la fin du chômage de masse en raison des évolutions démographiques et sur un climat politique « propice à de nouvelles formes de négociation » (p. 82). Douze ans plus tard, la postface qui prolonge l’ouvrage semble résolument moins optimiste. Là où la première conclusion s’achevait sur la métaphore du « petit matin » d’un nouveau contrat social, la conclusion de la postface s’achève sur de bien moins insouciantes « nouvelles formes de barbaries contemporaines » (p. 94). La crise économique et les cures d’austérité qui l’ont suivie semblent en effet correspondre à l’archétype du « social barbare » défini par Didier Vrancken : alors que la question sociale semble plus que jamais posée avec gravité et qu’une part croissante de la population est exposée aux risques sociaux, l’intervention sociale suscite la méfiance, le rejet et la condamnation des « assistés » désignés comme responsables des faillites du système.[...]»

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