sexta-feira, 30 de janeiro de 2015

La Sociología está de moda, pero los sociólogos no

«La Sociología está de moda, pero los sociólogos no. La Sociología es una de las disciplinas de mayor actualidad y uso científico como lo demuestra la enorme venta de libros sobre temas sociales y la elevada citación de autores de Sociología en revistas científicas. Sin embargo, la profesión de sociólogo afronta problemas de identidad, inestabilidad laboral y desconocimiento externo.
La Sociología está de moda
La Sociología es una de las ciencias y disciplinas que está más de moda en el mundo. Aunque esta afirmación parezca exagerada, no lo es. Tanto a la hora de comprar libros como a la hora de hacer ciencia, se está recurriendo a la Sociología: sus temas, autores y teorías. Decir que una ciencia como la Sociología está de moda puede parecer banal y amarillista. Sin embargo, es una manera de expresar la popularidad y aplicación científica de esta disciplina. El análisis de los libros más vendidos en el mundo, y el análisis de los autores más citados en investigaciones científicas muestran que la Sociología es una disciplina de enorme actualidad.
Los libros más vendidos en el mundo son sobre temas sociales 
El análisis de los 24 libros más vendidos (best-sellers) en la web Amazon en la década del 2000 muestra un dato revelador: 8 de los 24 best-sellers de la década tratan temas comúnmente centrales en Sociología como cambio social, empatía, relaciones sociales, cohesión social, grupos y liderazgo. El resto de best-sellers de la década del 2000 son libros de ficción como la saga Harry Potter y Crepúsculo (Tabla 1). Además de estas obras de ficción sobre magos y vampiros, la población mundial lee sobre asuntos de relaciones, comportamientos y organizaciones sociales.
IMAGEN 1
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Extraído de Amazon
El libro ¿Quién se ha comido mi queso? de Spencer Johnson, el segundo libro más vendido de la década del 2000, versa sobre cómo afrontar los cambios sociales en la empresa y la vida social. Aunque es un libro etiquetado como de gerencia empresarial, en él se tratan aspectos sobre cómo las personas nos comportamos y relacionamos en tiempos de cambio. El tercer libro más vendido, ¿Por qué alguna empresas tienen éxito y otras no? de Jim Collins, es un análisis sobre lo que debe tener una organización empresarial para ser grande. En esta obra no se discute sobre temas financieros ni de marketing, sino sobre la importancia de las relaciones sociales, la apuesta por la innovación, cultura y ética, y está basado en una investigación de datos cuantitativos y cualitativos. Los best-sellers sexto y décimo de la década del 2000 – Ahora, descubra sus fortalezas de Marcus Buckinhgam y Donald O. Clifton, y Strengthfinders 2.0 de Tom Rath – son obras próximas a la psicología social sobre cómo identificar competencias y desarrollarlas en las organizaciones, y a la sociología de las organizaciones sobre cómo se construyen y gestionan las organizaciones humanas. Otros best-sellers de la década sobre temas sociales son Las cinco disfunciones de un equipo: la fábula del liderazgo de Patrick Lencioni sobre la formación de grupos y líderes, y The Tipping Point del sociólogo canadiense Malcolm Galdwell sobre como los fenómenos sociales se asemejan a las epidemias virales debido a nuestras formas de comunicación y nuestras redes sociales. También tienen cierta aproximación a temas sociológicos best-sellers como Tres Tazas de Té de Greg Mortenson y David O. Reilin sobre los conflictos bélicos y la falta de escuelas en Afganistán que se asemeja a una etnografía, y el libro Fish! Una Extraordinaria forma de subir el ánimo y los resultados de Stephen C. Lundin que trata sobre cómo educar y trabajar en equipo. Aunque todas estas obras no son manuales de Sociología u obras aceptadas comúnmente en los planes de estudio de las carreras de Sociología, sí discuten, analizan datos y teorizan sobre cómo los individuos se relacionan, trabajan, organizan y se comportan en diversos entornos.
Que existan best-sellers sobre temas sociales demuestra un marcado interés de la población por el estudio del comportamiento social, entender la conducta humana y analizar las relaciones sociales. Es decir, por los asuntos tratados por la Sociología. En el ranking de los libros más vendidos en la década del 2000 no aparecen libros de política, ni de finanzas, ni de economía, ni de medicina. ¿Por qué la gente cuando compra un libro se interesa por las relaciones y el comportamiento social? Tal vez para ganar seguridad, mejorar su vida social o simplemente porque es más entretenido. Sea la razón que fuere, es innegable que a la sociedad le interesa documentarse y aprender sobre temas sociales como cambio social, empatía, relaciones o redes. La Sociología lleva mucho tiempo estudiando y dando nombre a estos temas.
Los autores más citados en Humanidades son sociólogos
Otro indicador que señala la buena salud de la Sociología es la amplia citación de autores de Sociología. Entre los textos más citados en las humanidades y las ciencias sociales se encuentran principalmente libros y artículos de Sociología. El análisis de los autores de libros más citados en 2007 en la rama de las Humanidades, basado en datos de ISI Thomson Reuters, es revelador: 7 de los 10 autores más citados en artículos científicos y libros en Humanidades son sociólogos: Foucault, Bourdieu, Giddens, Goffman, Habermas, Weber y Latour (Tabla 2). El resto de autores en el ranking de los más citados en Humanidades lo completan dos filósofos, Derrida y Butler, y un psicólogo, Bandura. Aunque Foucault y Habermas también pueden ser considerados filósofos, la preponderancia de la Sociología sobre otras ciencias es manifiesta a la hora de hacer investigación. Para construir conocimiento científico se usan teorías de la Sociología como el poder (Foucault 1977), tipos de capitales (Bourdieu 1986), habitus (Bourdieu 1984), estructuración (Giddens 1984), representaciones (Goffman 1959), acción comunicativa (Habermas 1989), empatía (Weber 1922), o actor-red (Latour 1987).[...]»

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Le crépuscule annoncé du travail humain ?

«Après avoir éliminé les postes routiniers, l'intelligence artificielle, les robots et les logiciels se substituent à bon nombre d’emplois qualifiés.
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Cela ne fait guère de doute pour certains : la révolution numérique a déjà et aura encore des conséquences profondes sur l’emploi. Après avoir éliminé les postes routiniers, l'intelligence artificielle, les robots et les logiciels se substituent à bon nombre d’emplois qualifiés. Aujourd’hui, nous avons des prototypes de voitures sans pilote, Skype, et le bureau moderne est truffé d’ordinateurs personnels tandis qu’apparaît Baxter, un robot industriel particulièrement sophistiqué conçu par une entreprise du Massachusetts. Dans Le deuxième âge de la machine, Erik Brynjolfsson et Andrew McAfee, tous deux professeurs au MIT, annoncent que la technologie est à un “point d’inflexion”, et nous sommes sur le point d’en découvrir les profondes conséquences.
Cette opinion n’est pas partagée par tout le monde, et notamment pas par les tenants de la stagnation séculaire, dont le chef de file est Robert Gordon, professeur à l’Université Northwestern, pour qui la révolution numérique n’entraînera pas les changements révolutionnaires apportés par la deuxième révolution industrielle avec l’électricité, le moteur à combustion et la radio sans fil, mais seulement des innovations de rupture, comme celles des taxis avec Uber ou du commerce de détail avec Amazon.
“Deux économistes d’Oxford, Carl Frey et Michael Osborne, estiment que 47 % des emplois aux États-Unis sont menacés, car exposés à un haut risque de numérisation dans les deux prochaines décennies”.
Il est bien sûr impossible de savoir si Gordon pèche par excès de pessimisme. Des idées qui semblaient stériles il y a quelques années à peine produisent aujourd’hui des résultats, ce qui inspire à Paul Krugman, prix Nobel d’économie, ce commentaire “Mon instinct me dit que Bob (Gordon), malgré une argumentation solide, se trompe probablement”.
Si nous sommes effectivement face à une nouvelle révolution industrielle, deux économistes d’Oxford, Carl Frey et Michael Osborne, estiment que 47 % des emplois aux États-Unis sont menacés, car exposés à un haut risque de numérisation dans les deux prochaines décennies. Parmi ces métiers se trouvent : analyste crédit, technicien géologue, grutier, chauffeur, cartographe, agent immobilier, bagagiste, etc. S’il s’agit d’un travail manuel (plombier), le risque de le voir confier à un ordinateur dans les vingt prochaines années est moindre, de même que devraient prospérer les salariés aux tâches plus intellectuelles qui exigent de l’intelligence créative et sociale.[...]»

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quinta-feira, 29 de janeiro de 2015

Une sociologie des normes diététiques est-elle possible ?


 
«Les normes de diététique et d’hygiène sont une cible de choix pour la critique sociologique, qui s’emploie à les relativiser et à en dénoncer l’arbitraire. Elle peut aussi étudier les conditions de leur production et de leur réception, estimer leurs chances de succès auprès des différents groupes sociaux, en prenant appui sur l’étude sociologique des pathologies que ces normes combattent, surpoids et obésité.

J’ai été confronté aux risques épistémologiques du métier de sociologue dès mes premiers travaux, sur l’enseignement technique. Plus je poussais la critique sociologique, plus j’essayais de réduire des savoirs et des normes relatifs à l’action sur les choses à leurs aspects arbitraires et à leurs fonctions sociales, et plus je risquais de manquer ce qui fait la spécificité de cet enseignement par rapport à l’enseignement dominant (général, supérieur et littéraire), à propos duquel avaient été conçus les notions et les schèmes explicatifs que je m’efforçais de lui appliquer. C’est ainsi que j’ai commencé à prendre conscience des déficits descriptifs et explicatifs auxquels se condamne la sociologie la plus exigeante, la plus ambitieuse, la plus soucieuse d’étendre sa capacité et son pouvoir d’explication, bref la plus sociologisante, quand elle cède à un sociologisme qui ignore par principe les composantes extra-sociales (techniques, biologiques, physiques, etc.) des faits sociaux. Les recherches que j’ai menées ensuite, avec Christiane Grignon, sur l’alimentation m’ont posé le même problème. Élaboré par et pour l’étude de la culture savante (sociologie de l’éducation, sociologie de l’art), l’appareil théorique dont nous disposions ne permettait pas de rendre compte de la diversité des modes de vie, des savoirs faire et des savoirs vivre populaires [1]. Le constat des inégalités devant la culture peut conduire à ne voir dans les cultures populaires que des cultures dominées, qu’on ne peut décrire que par référence aux cultures dominantes, c’est-à-dire par défaut, comme des manques. J’ai été ainsi amené à décrire et à caractériser, avec Jean-Claude Passeron, la dérive légitimiste dont la critique sociologique de l’ordre social est menacée [2].

Ma fonction à l’Observatoire de la Vie Étudiante (président du Conseil scientifique) m’a permis de faire l’expérience d’une expertise directement confrontée aux demandes de l’administration et des politiques. J’y ai fait réaliser une enquête triennale sur les conditions de vie des étudiants (l’analogie avec l’astronomie s’imposait, un observatoire ne peut se passer d’instruments d’observation). L’indépendance de cette expertise était garantie par l’existence de cette enquête, par la possibilité de donner à ces demandes des réponses objectives et neutres, fondées sur des données de fait. Je me suis efforcé de la conforter socialement, en obtenant pour l’OVE le statut institutionnel d’une fondation ; je suis parti quand j’ai constaté que nos tutelles, administratives et politiques, ne pourraient jamais y consentir.

Mes recherches sur l’alimentation m’ont confronté à d’autres dérives de l’expertise. L’alimentation est un sujet courant, familier, pittoresque, capable d’attirer l’attention du grand public et des media, propice à ce que Hermann Hesse appelait les « variétés culturelles » ; l’expertise se trouve ainsi soumise à l’influence de l’opinion, qui la porte à reprendre à son compte des idées reçues et des lieux communs en vogue, comme par exemple « l’américanisation », la standardisation et l’uniformisation de l’alimentation. La reprise de ces stéréotypes peut aller de pair avec des partis pris interprétatifs liés à une « vision » d’ensemble de la société, elle-même liée à des prises de position idéologiques et politiques, l’uniformisation de l’alimentation étant alors vue à la fois comme l’indice et comme la conséquence de l’uniformisation sociale, de l’extension de la classe moyenne, de la disparition des différences entre les classes et donc des classes elles-mêmes. La dérive de l’expertise est alors du même ordre, idéologique, que celle de la critique. Le thème de la standardisation de l’alimentation, par généralisation du fast-food et du grignotage, dépérissement et disparition du repas traditionnel, peut correspondre aussi aux attentes et aux intérêts de certains secteurs de l’industrie et du commerce agro-alimentaire. L’expertise s’apparente alors à une prophétie auto-réalisatrice. S’agissant de l’alimentation, cette prophétie ne s’est pas réalisée [3] ; il ne restait plus aux « experts » qu’à virer de bord à 180° et à s’aligner (sans les nommer) sur les positions de ceux qu’ils avaient jusque-là combattus.

La norme et le normal

« Norme » et « normal » sont des termes équivoques [4]. Il faut distinguer entre la norme impérative et la norme indicative. La norme impérative énonce, dicte ce que l’on doit et ce que l’on ne doit pas faire pour faire le bien, pour être bon, pour bien penser, pour bien dire. Le normal auquel elle correspond, auquel elle se réfère, est une appréciation, un jugement de valeur ; il est de l’ordre du possible, du souhaitable jamais complètement réalisé, de l’idéal. Au même titre que la loi ou que la règle, la norme impérative participe de la morale et du droit ; même si elle n’a pas le même niveau d’obligation (on obéit à la loi, on respecte la règle, on se conforme aux normes), elle repose comme elles sur la distinction du Bien et du Mal. La norme indicative définit le normal comme ce qui est de fait, comme une réalité, observable et mesurable. Elle se borne à fournir des indicateurs objectifs, comme par exemple les grandeurs étalons (température, rythme cardiaque, tension artérielle, etc.) par rapport auxquelles on évalue l’état de santé d’un patient, on pose un diagnostic. De même on peut entendre par normal ce qui est usuel, courant, conforme à l’ordre habituel des choses ; dans ce cas aussi, le normal est de l’ordre du réel. S’agissant de la santé, le statut de la norme demeure ambigu. Les normes diététiques disent ce qu’il faut et ce qu’il ne faut pas manger pour « bien » manger. L’état normal est à la fois l’état ordinaire, celui qui correspond à la réalité du corps, à son organisation et à son fonctionnement existants et durables (reproductibles à l’identique), et l’état souhaitable, l’idéal de la santé parfaite ; la réalité du corps (son anatomie et sa physiologie, du moins la connaissance que l’on en a) est alors érigée en modèle, en canon, i.e. en une perfection par référence à laquelle tout écart est une anomalie.

La définition réaliste du normal est au principe de la sociologie durkheimienne. « Pour que la sociologie soit vraiment une science de choses, il faut que la généralité des phénomènes soit prise comme critère de leur normalité » [5]. Durkheim se donne ainsi le moyen de faire de la sociologie une science objective, affranchie des jugements de valeur, aussi peu morale que possible ; au risque de scandaliser l’opinion commune lorsqu’il appelle normales des pratiques généralement détestées, comme c’est le cas, limite, du crime [6]. Mais il rejoint le sens commun lorsqu’il assimile par ailleurs ce qui est général, et donc normal, à ce qui est ordinaire, faisant ainsi de la fréquence un autre critère de la normalité [7]. C’est ce que l’on fait communément, par exemple dans la perception du temps qu’il fait (« de saison » ou trop chaud, trop froid pour la saison) et aussi bien en météorologie et en climatologie, où l’on compare la température actuelle aux « normales saisonnières », c’est-à-dire à la moyenne des températures observées dans le passé au même endroit. L’assimilation du normal à la moyenne se rencontre aussi dans la perception et le classement spontanés des corps ; la taille en dessous de laquelle on est jugé petit, trop, anormalement petit est sans doute plus basse dans les pays méditerranéens que dans les pays scandinaves. C’est par référence à la taille la plus souvent rencontrée (ordinaire, habituelle), qui tient lieu de taille moyenne, variable selon les lieux, que l’on définit le gigantisme et le nanisme ; les individus à qui l’on attribue l’état de géant sont sans doute plus grands en Suède qu’au Portugal. On passe ainsi de l’opposition du normal et de l’anormal à l’opposition du normal et du pathologique, et c’est ce qui fait problème dans le cas qui nous occupe : si l’on applique ce principe au poids, on sera conduit à élever le seuil à partir duquel commence le surpoids ou l’obésité à mesure que le poids moyen de la population augmente.

La critique sociologique

La détermination et l’existence même de ces seuils sont parmi les éléments qui donnent le plus de prise à la traque sociologique de l’arbitraire. Pourquoi retenir le poids plutôt que le tour de taille ? Pourquoi, surtout, décider que l’obésité commence quand l’indice de masse corporelle [8] est de 30 plutôt que de 29 ou de 31 ? La prise et la perte de poids sont graduelles ; fixer un seuil à partir duquel on devient ou plutôt on est obèse introduit une discontinuité radicale dans la continuité ; on passe du quantitatif au qualitatif, et on confère à l’obésité le statut d’un état, d’une entité pathologique. On assimile du même coup l’obésité à une infirmité, voire à une maladie (on parle souvent à son propos d’épidémie) [9]. L’étude de l’alimentation offre au sociologue, et aussi à l’historien et à l’ethnologue, l’opportunité de montrer que des usages, des pratiques, des goûts et des prescriptions qui répondent à une nécessité biologique sont aussi, et peut-être surtout, des faits sociaux et des traits de culture, de faire voir leur caractère conventionnel et arbitraire, bref de les « déconstruire » en démontant les mécanismes dont ils sont le produit. À une nécessité biologique universelle et intemporelle devraient correspondre des invariants ; mais la définition, fondamentale, du mangeable et de l’immangeable (type de la norme implicite qui va de soi et à laquelle on se conforme sans y penser) varie selon les cultures et selon les époques (impossible, impensable de faire manger du chien à un européen). Les interdits les plus répandus, ceux dont la transgression paraît la plus inacceptable, la plus monstrueuse, comme l’anthropophagie, souffrent des exceptions, ne sont pas universels. L’alimentation est, au même titre que la sexualité, l’objet d’interdits religieux particulièrement sévères. Ce qui est interdit à tel moment (les « jours maigres »), en tel lieu peut être autorisé à d’autres ; on retrouve cette répartition dans le domaine profane, dans la vie quotidienne, avec les usages qui font normes, qui déterminent le regroupement des prises alimentaires en repas, leur répartition dans le temps, les combinaisons de l’ostentation et de la pudeur alimentaire, la possibilité de manger en dehors de chez soi ou des lieux spécialisés. Les normes diététiques les plus indicatives, les plus neutres, les mieux fondées sur la connaissance scientifique des contraintes naturelles et des pathologies, comportent elles aussi des interdits, sous la forme atténuée et « douce » du conseil et de la « recommandation » (elles invitent sinon à ne pas consommer certains aliments, du moins à en consommer moins, « avec modération »), ce qui incite le sociologue à les assimiler aux règles religieuses. Autre exemple de conventions, les manières de table. Avec la gastronomie (un artisanat d’art paré d’un nom de science), l’alimentation présente le cas limite d’un luxe qui vient se greffer sur un besoin vital. Les normes de la « grande cuisine » sont des modes, au même titre que celles de la « haute couture » ; « bien manger », c’est manger « supérieurement ».

Autre raison de soupçonner l’arbitraire des normes qui régissent les prises alimentaires : en même temps qu’elle est combattue pour des raisons d’hygiène, parce qu’on la sait mauvaise pour la santé, l’obésité est réprouvée pour des raisons esthétiques, parce qu’elle paraît laide selon les critères de beauté du corps dominants dans les sociétés où s’édictent ces normes. Santé et apparence physique sont étroitement liées, comme en témoigne entre autre l’ambivalence de l’expression courante « être en forme ». Mauvaise pour la santé, l’obésité est aussi moralement mauvaise. On soupçonne implicitement les obèses d’être responsables de « leur » obésité : s’ils sont tels c’est leur faute, c’est qu’ils ont trop et mal mangé. Comme toutes les normes impératives, les normes alimentaires culpabilisent ceux qui ne s’y conforment pas ; on reproche couramment aux campagnes d’information sur les dangers de l’obésité de « stigmatiser » les obèses. C’est à juste titre que le sociologue s’efforce de reconstituer les conditions sociales de production de ces normes et de montrer ce qu’elles doivent aux particularités du contexte dans lequel elles ont été élaborées, aux caractéristiques et aux intérêts des groupes et des milieux qui les conçoivent et qui les imposent. Proprement sociologique, cette relativisation fait voir comment des modes diététiques non moins arbitraires que les modes vestimentaires ou cosmétiques peuvent passer pour des normes, mais elle aide aussi à distinguer les normes fondées sur les savoirs scientifiques des modes imaginées à la faveur de l’ignorance. Le sociologue demeure dans son rôle, dans le cadre de son métier et de la vocation de sa discipline lorsqu’il veut connaître les fonctions sociales de la diffusion et de l’imposition des normes alimentaires, lorsqu’il cherche en quoi des normes en provenance de cette espèce particulière de culture savante qu’est la culture scientifique font partie de la culture dominante et contribuent à sa domination, en quoi elles s’opposent aux savoir-faire, aux savoir-vivre, aux modes de vie propres aux classes et aux cultures populaires et les contrarient.[...]»

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quarta-feira, 28 de janeiro de 2015

Los medios de comunicación: “el espacio donde se crea el poder”

«“La política es fundamentalmente una política mediática”, asegura el sociólogo Manuel Castells en su obra “Comunicación y poder”. Los políticos solamente pueden ejercer su influencia y lograr su objetivo de llegar al poder o de conservarlo si son capaces de que su mensaje llegue a sus votantes. Para conseguirlo los medios de comunicación son fundamentales. Por eso, para Castells los medios son “el espacio donde se crea el poder”.  
Manuel-Castells-Premio-Internacional-Eulalio-Ferrer
El sociólogo Manuel Castells tiene claro que en la política contemporánea el poder se consigue y se ejerce a través de la comunicación. En su obra “Comunicación y poder”, Castells recuerda que “la política es el proceso de asignación de poder en las instituciones del estado”. Es decir, es a través de la política como se decide qué fuerza política consigue qué cuota de poder dentro del sistema institucional. 
Se trata de un proceso muy complejo en el que se trata de persuadir a los actores decisorios a apoyar una determinada opción política frente a otra. Para conseguirlo, Castells afirma que “las relaciones de poder se basan en gran medida en la capacidad para modelar las mentes construyendo significados a través de la creación de imágenes. (…) Las ideas son imágenes”. Y para que esas imágenes lleguen a sus destinatarios son fundamentales los medios de comunicación, que para Castells son “la forma de comunicación decisiva”.
En las democracias, donde son los ciudadanos los que en última instancia deciden con sus votos esa asignación de poder en las instituciones, no es de extrañar que la política sea “fundamentalmente una política mediática”, según el sociólogo, porque “los líderes que no tienen presencia mediática no existen para el público” y por lo tanto no son elegidos y su capacidad para acceder al poder disminuye o incluso desaparece.
Esta enorme dependencia que tienen los políticos de los medios de comunicación podría hacer creer que los medios son los que al final toman las decisiones y ejercen en última instancia el poder. Sin embargo, Castells asegura que “tampoco significa que los medios de comunicación ostenten el poder. No son el Cuarto Poder. Son mucho más importantes: son el espacio donde se crea el poder. Los medios de comunicación constituyen el espacio en el que se deciden las relaciones de poder entre los actores políticos y sociales rivales. Por ello, para lograr sus objetivos, casi todos los actores y los mensajes deben pasar por los medios de comunicación”.

Las reglas del juego en los medios: el mensaje emocional a través del infoentretenimiento

Existe pues una relación inseparable entre la política y los medios. En este sentido, Castells afirma que “las reglas del juego político en los medios de comunicación dependerán de sus modelos de negocio concretos y de su relación con los actores políticos y la audiencia”.
Medios y política se retroalimentan: los políticos necesitan a los medios para trasladar su mensaje a los votantes, como ya se ha dicho. Pero por otro lado, los medios necesitan a los políticos para que les abran las puertas para acceder a una audiencia controlada emocionalmente por ellos, y acceder así a ese segmento y poder desarrollar su negocio en él. Esto último es así porque los medios “se dirigen a audiencias específicas, interesadas en confirmar sus opiniones más que en informarse en otras fuentes”, asegura Castells, que en este sentido recuerda que para los medios “no se trata simplemente de conseguir una cuota de audiencia, sino de conseguir la audiencia objetivo. Ésta es la lógica fundamental del modelo de comunicación partidista”.
Dada la necesidad recíproca entre los medios y la política la alianza entre ambos es constante: “La política mediática no se limita a las campañas electorales”, escribe Catells. “Es una dimensión constante y fundamental de la política, practicada por los gobiernos, partidos, líderes y actores sociales no gubernamentales por igual”, es decir, todos los actores que necesitan lanzar constantemente mensajes para existir.
Sin embargo, existe un problema práctico: la política resulta demasiado compleja como para resultar interesante de manera habitual para una gran audiencia y por lo tanto rentable para los medios de comunicación. Por ello el mensaje político debe adecuarse a las necesidades de los medios. Castells explica que “la mayoría de las noticias políticas son ajenas a las preocupaciones de la vida diaria y frecuentemente resultan demasiado complejas para que los ciudadanos las sigan con el interés necesario para procesarlas y mucho menos para recordarlas. Sin embargo, cuando las noticias se presentan como infoentretenimiento, lo que incluye su personalización en una figura política concreta de forma que conecte las emociones e intereses del receptor, se procesan más fácilmente y se conservan en la memoria”.
Infoentretenimiento: Castells afirma que “el denominador común es que lo que resulta atractivo para el público aumenta la audiencia, la influencia, los ingresos y los logros profesionales de los periodistas y presentadores. Si trasladamos esto al ámbito político, significa que la información de más éxito es aquella que maximiza los efectos de entretenimiento que corresponden a la cultura de consumismo de marca que se ha hecho predominante en nuestras sociedades”. 
No se trata de informar a los ciudadanos para que puedan tomar una decisión madura a la hora de elegir a la opción política que mejor se ciñe a sus intereses, sino de confirmar discursos políticos entre una audiencia tipo, y de hacerlo de manera que el espectador se sienta atraído y entretenido. Con ello los medios hacen negocio y los políticos trasladan su mensaje. La alianza se vuelve provechosa para ambas partes a costa de eliminar el debate político.
Para que encaje en el infoentretenimiento, ese mensaje debe ir dirigido a las emociones y no a la razón, ya que, como insiste Castells, “a muchos ciudadanos les puede resultar difícil comprender asuntos políticos complicados mientras que la mayoría confía en su capacidad para juzgar el carácter, lo que es una respuesta emocional al comportamiento de las personas encarnado en las narraciones políticas. Así pues, la política mediática es una política personalizada”.
El medio más importante sigue siendo la televisión, según Castells: “A pesar de la creciente importancia de Internet, la televisión y la radio siguen siendo la fuente de información de noticias políticas que inspira más confianza. (…) si se ve, debe ser verdad”. Y la televisión es también el medio más eficaz ya que, como afirma el sociólogo: “Una audiencia masiva requiere un mensaje simple. El mensaje más simple es una imagen, y la imagen más simple con la que la gente más se identifica es un rostro humano”.
La televisión es, sobre todo, la que hace posible trasladar el mensaje político como un mensaje emocional e influir así en los votantes, porque “su formato atrae al espectador medio por lo que influyen a la hora de establecer la conexión entre las predisposiciones de la gente y su valoración de los asuntos de los que trata la vida política”, escribe Castells.

Infoentretenimiento y crisis de legitimación política

La necesidad de alimentar el infoentretenimiento obliga o facilita adoptar determinadas tácticas en la lucha política. La más destructiva y también la más utilizada es la política del escándalo, de tal manera que para Castells “es inseparable de la política mediática”.
Según el sociólogo el escándalo “es una característica fundamental a la hora de determinar las relaciones de poder y el cambio institucional. (…) La política del escándalo es una forma de lucha por el poder más enraizada y típica que el desarrollo ordenado de la competencia política de acuerdo con las leyes del estado”. Es por ello que se sigue utilizando sin cuartel.
Como ya se ha explicado, “la política mediática se organiza alrededor de la personalización de la política”. Por lo tanto, “los mensajes más eficaces son los mensajes negativos y puesto que la difamación es la forma definitiva de negatividad, la destrucción de un líder político (…) es el objetivo último de la política del escándalo”. Es decir, mientras el mensaje político se centra fundamentalmente en la personalidad del político y en despertar emociones que deriven en la creación de apoyos, los rivales tratan de contrarrestar ese mensaje atacando con las mismas armas emocionales para restar apoyos.
Los medios de comunicación son fundamentales en este juego. Castells subraya que “una cuestión clave es el papel que desempeñan los medios de comunicación en aumentar el impacto de los escándalos. Es cierto que sin medios de comunicación no hay escándalo”. Se trata de un círculo vicioso que se retroalimenta: los medios necesitan entretener a sus audiencias y el mensaje político necesita despertar emociones entre el electorado. Ambas partes se necesitan.[...]»

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terça-feira, 27 de janeiro de 2015

Amour et sexualité. Quand les philosophes en parlent et la vivent

 Consultez le sommaire du magazine L'imaginaire du voyage
«Vie sexuelle débridée, passions enflammées, abstinence voulue ou contrainte, déserts sentimentaux… Quel rapport à l’amour ont entretenu les grands philosophes occidentaux ? Quelle a été leur vie sexuelle ? Quelles que soient leurs idées, elles ne les ont guère aidés à se préserver des tourments de la passion et du sexe.

Montaigne

L’éloge de la luxure



Velu comme un singe et chauve comme un œuf, large et court sur pattes et plutôt petitement membré, Montaigne (1533-1592) n’avait pas le physique d’un Apollon. C’est ainsi qu’il se décrit sans complaisance dans le troisième livre des Essais. Mais il y confesse aussi son tempérament fougueux, son exceptionnelle carrière de séducteur et sa liste impressionnante de conquêtes lorsqu’il est jeune magistrat à Bordeaux : « Jamais homme n’eut ses approches plus impertinemment génitales », déclare-t-il, jusqu’à ce qu’à la cinquantaine, sa maladie de la gravelle (calculs rénaux) tiédisse ses ardeurs…


« Il faut jouir et jouir tant et plus de la vie », dira cet humaniste hédoniste qui donne force détails sur ses ébats et les qualités de ses maîtresses.


En bon disciple d’Épicure et de Lucrèce, Montaigne se méfie de l’amour : « Toute jouissance est bonne qui n’entame pas la liberté, l’indépendance, l’autonomie. »

Les maîtresses en ville, l’épouse au château, telle est la devise du séducteur qui ne s’occupera guère de sa femme, ni des six filles qu’elle a engendrées dont seule une a survécu (Montaigne n’en parlera jamais).


La seule véritable liaison sentimentale de Montaigne fut son profond amour pour Étienne de La Boétie, qui le laisse dévasté lorsque son ami meurt à 32 ans de dysenterie.

Emmanuel Kant, l’universitaire dandy


Pas de femme au logis, pas de maîtresses, pas de liaisons ancillaires ou homosexuelles connues… La vie sexuelle du penseur de Königsberg (1724-1804) est le trou noir de la philosophie.


Il serait pourtant erroné de le voir comme un ermite austère peu préoccupé de sa personne. Notre homme aime prendre ses déjeuners en compagnie d’amis brillants, ne crache pas sur le Médoc et sur les jeux de cartes… Attentif à son apparence, ses gilets et ses bas de soie sont soigneusement assortis, car Kant aime à charmer les belles dames ; cela ne l’empêche pas d’ailleurs d’affirmer dans ses écrits et en public une misogynie méprisante, considérant la femme comme « un animal retors », « peu capable de principes » et rarement dotée d’intelligence…


Quant au sexe, il inspire à Kant de la méfiance. Le désir charnel n’est que dévoration mutuelle et consumation mortelle. Pourtant, ce penseur majeur de la modernité naissante a aussi décrit un monde qui serait débarrassé d’Éros comme « un monde qui serait dangereusement abandonné par les Grâces » (Métaphysique des mœurs, 1785)… 

Friedrich Nietzsche

L’éternel éconduit



« Le christianisme a fait boire du poison à Éros : il n’en est pas mort mais il est devenu vicieux. » Pour Nietzsche (1844-1900), grand pionnier de la déconstruction de la philosophie classique, imprégnée de morale chrétienne et bourgeoise, la civilisation européenne s’est construite sur des instincts refoulés. L’amour, générateur absolu de toute créativité, trouve sa source dans la sensualité et la spiritualisation des instincts. À 38 ans, lors d’un séjour en Italie, il tombe fou amoureux de Lou Andreas-Salomé, alors âgée de 20 ans. Mais la belle intellectuelle, soucieuse de sa liberté, préfère cultiver avec lui une amitié intellectuelle, au grand dam du philosophe à qui elle inspirera certains passages de Ainsi parlait Zarathoustra (1883-1885). L’amoureux éconduit n’a jamais réussi à se marier tant ses tentatives de séduction étaient brutales et maladroites. En fait de sexualité, on ne lui connaît que quelques séjours au bordel où il attrapa probablement la syphilis qui lui occasionna, durant les dix dernières années de sa vie, une longue nuit de folie.

Arthur Schopenhauer

Le pourfendeur de l’amour



L’atrabilaire philosophe (1788-1860) est sans doute celui qui a le plus brillé dans sa haine des femmes et de l’amour. « Une série de gesticulations ridicules, accomplies par deux idiots… », écrit-il dans Le Monde comme volonté et comme représentation (1819). Il y présente les amants comme des marionnettes ahuries. Ce philosophe cynique, pour qui le seul véritable bonheur concevable serait de ne pas être né, montre une véritable haine de la vie. L’amour trouve sa racine dans l’instinct sexuel et ne vise que la reproduction. Rares seront ceux qui oseront aller aussi loin dans cette démolition ; pour lui, seul le sexe mâle est remarquable : « Les femmes sont par nature ennemies. » Ce célibataire hargneux et sarcastique qui déteste les humains a connu pourtant de nombreuses liaisons, mais renia toujours les enfants qu’il engendra.

Martin Heidegger et Hannah Arendt
La passion malgré ce que tout oppose



Lorsqu’ils se rencontrent en 1925, Hannah Arendt (1906-1975) est l’étudiante de Martin Heidegger (1889-1976). Elle a 18 ans, lui est marié et père de deux enfants. Cette liaison improbable et clandestine entre une apatride juive et celui qui se compromettra avec le nazisme fut passionnée. Mais Heidegger confiera qu’Arendt a contribué à l’élaboration de son œuvre. Celle qui va devenir une grande philosophe, émigrer aux États-Unis, se marier avec le philosophe allemand Heinrich Blücher avoue avoir toujours été sous l’emprise de l’auteur d’Être et Temps (1927). Leur relation fut chaotique et le plus souvent épistolaire, faite de longues discussions philosophiques. Heidegger refusera toujours de quitter le foyer familial, même s’il multiplia les liaisons avec ses étudiantes, jusqu’à ses 80 ans révolus. Pour un Heidegger qui pose les premières pierres de l’existentialisme, vivre ses amours incarne la liberté de l’être et la reconnaissance de l’existence de l’autre en laissant « être ce qui est ». Quant à Arendt, elle écrivit qu’il était l’homme à qui elle était restée « fidèle et infidèle, sans jamais cesser de l’aimer ».[...]»

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segunda-feira, 26 de janeiro de 2015

Tsipras revela a nova Alemanha, ou a Revolução de Pantufas

 Tsipras
Tsipras: «Merkel, vem aos meus braços»

«A vitória eleitoral de Tsipras, o chefe do Syriza, nas eleições gregas de ontem, revela a nova  Alemanha:  nas ateriores crises helénicas, a Alemanha, o crdor chefe, espalhava o pânico, gritava ao terror, pregava a revolução. Conseguiu boa parte do seu programa : por exemplo: impôs o Fundo de Resokução bancário, que obriga os bancos lucrativos a pagarem os prejuízos dos seus concorrentes ineficientes, o que é uma vitória comunista, mas por certo só será aplicado em Portugal.
Desta vez, a Alemanha não joga à beira do abismo e não amotina contra o Syryza. Temos a grande crise mas em tranquilo. Claro, haverá bluffs, batalhas de movimentos, ameças e amúos, mas todos sabemos que vai tudo acabar bem. A Alemanha, mais preocupada do que parece com as trapalhadas em que se meteu com os russos e o seu exército, é dirigida por uma grande coligação, está preocupada em satisfazer os governos de esquerda francês e italiano – e por isso consente o QE. Quer isolar a Grécia para lhe deflacionar as expetativas. Por isso a Srª Merkel foi aos Uffizi. Para mais, sabe que daqui a cinco anos, a crise demográfica começará a afetar a sua credibilidade financeira.
Para nós, não poderia ser melhor: o Euro tem finalmente uma paridade que nos permite trabalhar. E, embora o Dr. Passos Coelho esteja a tentar enfileirar entre os derrotados do QE (muitos neoliberais nativos são péssimos táticos), Portugal sairá sempre melhor destas aventuras eurozonáticas: melhor câmbio, mais crédito. Apesar de nada termos feito por isso. Mas, atenção, a desvalorização do Euro dá-nos condições para trabalharmos – mas obriga-nos a trabalhar.»

El peligroso juego político en la manipulación del precio del petróleo

«El petróleo ha llegado a los 45 dólares el barril y no hay atisbos de que revierta la tendencia en el corto plazo. El peligroso juego político de Arabia Saudita tiene a los productores petroleros en ascuas. Rusia, Irán, Venezuela, Noruega, Nigeria y Canadá dependen de sus exportaciones de petróleo para estabilizar su presupuesto. Por eso el derrumbe del precio de su motor comercial los tiene al borde de la bancarrota. Para Venezuela el petróleo constituye el 96 por ciento de sus ingresos de exportación y con cada dólar de descenso el país pierde 800 millones de dólares. Venezuela se tambalea con una inflación que supera el 60 por ciento y con escaséz de alimentos básicos. Para Rusia los ingresos del petróleo y el gas representan las tres cuartas partes de su factura de exportación; mientras que para Nigeria el petróleo representa el 90 por ciento de sus exportaciones. Irán lucha por hacer que su dependencia del petróleo llegue en el corto plazo al 30 por ciento en lugar del 50 por ciento actual.
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El descenso del petróleo tiene múltiples aristas y ramificaciones pero lo que ya nadie descarta es la mano de Washington y Arabia Saudita en el desplome del precio oro negro. El príncipe saudí Alwaleed bin Talal aseguró el pasado fin de semana que “Nunca más volverá el petróleo a los 100 dólares”, manifestando su clara intención de hacer que el petróleo baje aún más, a los 30 e incluso a los 20 dólares como apuestan los mercados de futuros. Arabia Saudita está segura de ser un ganador, al menos en el corto y mediano plazo, dado que tiene las mayores reservas y los menores costos de producción mundial. Además, desde 1945 el gobierno de Riad es el brazo armado de Estados Unidos en la política mundial del petróleo, recurso energético que durante todo el siglo 20 fue un arma geopolítica.
Arabia Saudí representa el 10 por ciento de la producción mundial de petróleo y ha sido el gran regulador del precio desde el estallido de la crisis del petróleo en 1973. Su sola decisión de subir o bajar la producción influye en el precio y por eso la decisión de mantener la producción no ha podido tomarse sin el consentimiento de Estados Unidos, dado que Estados Unidos es un claro perdedor con el precio del petróleo a 45 dólares. Sin embargo Estados Unidos busca estrangular económicamente a Rusia, Venezuela e Irán, en una repetición de lo que hizo con Arabia Saudita en 1985 cuando arrastró al colapso a la Unión Soviética al hundir el precio del petróleo a 10 dólares. Lo que vivimos ahora, 30 años más tarde, es una repetición de ese escenario con la salvedad de que Rusia esta vez está más fortalecida que Estados Unidos: su deuda pública es del 12 por ciento del PIB mientras la de Estados Unidos supera el 100 por ciento del PIB.
El discurso de Arabia Saudita es que quiere recuperar el mercado del petróleo que perdió por el ingreso de otros competidores y que no reducirá su producción aunque el precio siga descendiendo. Si consideramos que Arabia Saudi produce el petróleo a un costo de 20 dólares el barril y que es el petróleo más barato del mundo, podemos entender lo que espera al resto de los productores que, como Rusia, producen a 30 o 35 dólares el barril… Este es el punto en el cual también pierde Estados Unidos: la producción de petróleo via Shale-Oil y responsable de gran parte de la generación de empleo y del crecimiento en ese país tiene un costo de 50 dólares el barril. ¿Puede Washington echar por tierra el camino que ha sido su principal fuente de recuperación? Aquí entra la manipulación financiera.

Desregulación y manipulación financiera

En julio de 2013 y cuando el petróleo Brent y WTI se disputaban los 115 dólares el barril, aseguramos que ese precio estaba fuertemente manipulado yanticipamos un pronto descenso a 80 e incluso a 60 dólares el barril. Año y medio tardó en cumplirse nuestro pronóstico y hay que apuntar ahora que el descenso en el precio va para largo porque estamos asistiendo a la explosión de una burbuja financiera que infló los precios gracias a las bajas tasas de interés de los bancos centrales y el siempre delirante optimismo de quienes invocan la esperada “recuperación”. Esto es porque las finanzas y la macroeconomía están estrechamente interconectadas, aunque la teoría económica indique que el dineroes completamente neutral. Si la desregulación financiera provocada en el mundo desde fines de los años 80 ha permitido el más obsceno y corrosivo nivel de manipulación de los mercados, ¿qué podemos esperar de la salud de la macroeconomía cuando ésta depende justamente del juego limpio de los participantes del mercado?
Lo que estamos presenciando es el estallido de la burbuja especulativa con el petróleo (y también de otras materias primas como el cobre y el acero), resultado de la prolongación de la crisis. La burbuja del petróleo viene desde fines del siglo pasado dado que se convirtió en uno de los deportes favoritos del mundo financiero. Hacia el año 2005 el intercambio financiero en el mercado del petróleorepresentaba 3 veces el mercado físico y la crisis financiera que estalló en 2008 lejos de revertir esta tendencia la acentuó: el año 2013 los intercambios financieros por el petróleo eran más de 8 veces los intercambios reales.
Existen miles de instrumentos financieros (o “derivados”) que apoyaron estratégicamente la especulación con el petróleo. Paquetes por cientos de miles de millones de dólares que, bajo la garantía del petróleo, generaron una montaña de compromisos financieros que hoy, bajo la inclemencia de la crisis, se derrumba como un castillo de naipes.
El aumento en el precio del petróleo hasta los 147 dólares el barril en julio de 2008 fue visto como una gran oportunidad para muchos inversionistas que apostaron por duplicar las perforaciones en busca del oro negro. Este nuevo El Dorado, permitió a Estados Unidos más que duplicar su producción de petróleo y pasar de los 4,3 millones de barriles diarios de 2008 a los 9,4 millones de barriles diarios en diciembre pasado, cifra que no se producía desde 1982. Rusia, Irán, Nigeria y Noruega también aumentaron la producción para satisfacer la demanda creciente de China.
Sin embargo, el crecimiento de China se detuvo y Europa entró de nuevo en un camino a ninguna parte por lo que la demanda de petróleo se desplomó. Se calcula que cada día se producen un exceso de oferta de 3 a 4 millones de barriles. La recuperación no ha llegado y la especulación con el petróleo tiene una arista aún más compleja. Muchas empresas se están declarando en insolvencia y cerrarán la producción. La consultora petrolera noruega Rystad Energy advierte de proyectos de perforación por valor de más de 150 mil millones de dólares serán detenidos en los próximos meses y que 800 proyectos de producción de petróleo por más de 500 mil millones de dólares podrían aplazarse.[...]»

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sexta-feira, 23 de janeiro de 2015

La force de l’astrologie


 
«Comment marche l’astrologie aujourd’hui en France ? Abordant le phénomène en sociologue, Arnaud Esquerre délaisse la question de la croyance et met ainsi en évidence la temporalité et l’énergie qui sont au cœur de cette pratique. Ce compte rendu est suivi d’un contrepoint de Jeanne Favret-Saada.

Comment expliquer le recours à des personnages médiateurs, religieux ou non, à des voyants, des astrologues, à la sorcellerie dans les sociétés urbaines contemporaines ? De nombreux anthropologues se sont penchés sur cette question. Certains mettent en avant le lien entre sorcellerie et politique, maintien du pouvoir [1]. D’autres interprétations considèrent ces pratiques comme l’arme des plus faibles et des laissés pour compte de la globalisation [2] ou encore, dans des contextes où les pratiques religieuses étaient strictement contrôlées (comme c’était le cas dans l’ex-URSS), comme l’expression d’une identité réaffirmée [3]. Mais ces explications semblent parfois trop unilatérales ; c’est pourquoi d’autres anthropologues se sont tournés vers ce qui reste à l’arrière-plan dans ces analyses trop globales : l’étude des logiques internes à l’œuvre dans ces pratiques, et leurs transformations dans un contexte donné. C’est en sociologue que Arnaud Esquerre défend à son tour cette perspective à propos de l’astrologie en France aujourd’hui.

« Pourquoi de nombreuses personnes ont-elles recours à l’astrologie au début du XXIe siècle en France ? » (p. 9) « À quelles conditions une pratique astrologique est-elle réussie pour ceux qui y ont recours ? » (p. 14) Pour répondre à ces questions, l’auteur a utilisé des méthodes quantitatives et qualitatives et rassemblé des matériaux diversifiés : un inventaire des traités et manuels d’astrologie répertoriés à la Bibliothèque nationale de France entre 1890 et 2010, des entretiens qu’il a menés avec une quinzaine d’astrologues, des ouvrages écrits par ces derniers sur leurs techniques et sur leur itinéraire personnel, des corpus d’horoscopes recueillis dans des journaux de grande diffusion, des avis de consultants collectés sur des applications disponibles sur des téléphones portables, enfin des enregistrements de conversations entre une consultante et un astrologue, lors de séances réparties sur plusieurs années. Hormis les entretiens, l’analyse repose essentiellement sur des énoncés et des sources écrites (ou transcrites) de diverses natures et non sur des observations directes de lieux, de gestes, d’éléments sensoriels, d’interactions, telles que peuvent en faire les anthropologues. D’ailleurs, si l’ouvrage est dédié à l’ethnologue Jeanne Favret-Saada, les références étayant analogies et rapprochements appartiennent essentiellement aux domaines de l’histoire, de la sociologie, de la psychologie sociale et négligent les travaux, peu nombreux il est vrai, d’anthropologues du monde contemporain français traitant de ces questions. L’étude est consacrée à la pratique astrologique au sens strict du terme, mais l’auteur introduit plusieurs comparaisons avec des activités connexes à certains égards, telles la voyance ou encore la psychanalyse. L’ouvrage est très clairement écrit.

Être astrologue


Alors qu’ils étaient interdits par des décisions royales aux XVIIe et XVIIIe siècles puis par l’article R. 34 du Code pénal en raison du trouble qu’ils pouvaient causer aux pouvoirs en place et à l’ordre public, le métier de devin et les prédictions ont peu à peu perdu de leur charge subversive et en 1994, cet article par lequel les astrologues pouvaient être condamnés a été supprimé. On pourrait ajouter que l’administration fiscale avait déjà accordé une reconnaissance de fait à ces activités en imposant ceux qui les exercent. Loin d’être en voie de disparition dans la France contemporaine, l’astrologie a connu un mouvement général croissant de la fin du XIXe siècle à celle du XXe. Ce n’est qu’à partir des années 2000 qu’elle amorce un reflux qui s’explique notamment par la concurrence avec d’autres pratiques semblant plus adaptées à la vie actuelle, celle d’Internet et peut-être, selon une hypothèse quelque peu hardie défendue par l’auteur, par le déclin de la psychanalyse dans lequel l’astrologie, parfois considérée comme une thérapie brève, aurait été entraînée (1re partie).

Ce cadre général une fois posé, l’auteur s’interroge sur la façon dont on devient astrologue. Les itinéraires analysés montrent que les cas de transmission familiale du savoir astrologique sont rares ; l’intérêt pour cette pratique naît le plus souvent d’un événement traumatique vécu par l’individu, d’une quête personnelle, d’une rencontre marquante — y compris par le biais d’Internet. En l’absence, en France, d’institutions d’enseignement reconnues, c’est plutôt par l’étude d’ouvrages populaires d’astrologie, puis par des cours particuliers auprès de praticiens expérimentés que se forment les aspirants astrologues. De fait, chacun a son cheminement particulier, certains s’intéressant également à d’autres techniques prédictives tels le tarot ou la voyance, ou à d’autres types de connaissances, telles l’hypnose ou la psychanalyse (Jung en particulier). Le passage à une activité rémunérée partielle ou totale se produit de façon non linéaire, la difficulté étant de se faire un nom dans un milieu très concurrentiel qui, de plus, ne jouit d’aucune réglementation professionnelle : « être "sérieux" » se construit par une série de différenciations ad hoc, pourrait-on dire [4], par lesquelles chaque astrologue tente de fonder sa légitimité (2e partie). L’ensemble de ces observations corrobore ce que d’autres chercheurs ont relevé pour des activités comparables [5].

Les horoscopes, leurs variations, leurs effets


Le travail d’un astrologue consiste en l’établissement de prédictions, en présence d’un consultant ou à destination d’un large public tels les lecteurs de certains journaux. S’inscrivant en faux contre l’idée du caractère immuable de l’astrologie depuis l’Antiquité, A. Esquerre montre combien cette pratique est au contraire « plastique et sujette à variations » (p. 83), à la fois dans sa fonction sociale et dans ses énoncés. Ainsi les astrologues utilisent actuellement des logiciels pour effectuer leurs calculs et adaptent leur manière d’écrire à leur lectorat. Plus encore, l’analyse de plusieurs corpus d’horoscopes parus dans des journaux répartis sur une soixantaine d’années montre de grandes différences dans les référents sociétaux employés : la famille, conçue comme stable dans les années 1960, est, dans les années 2010, plus fragile et variable ; de même le travail est désormais dominé par l’incertitude et les principes du management (p. 127 sq.).

Mais que disent les horoscopes et à qui s’adressent-ils ? Comme d’autres études l’ont également montré, l’intérêt pour ces prédictions n’est en rien réservé aux classes défavorisées ou aux sphères de la contre-culture : il traverse tous les milieux sociaux (p. 100). Évitant les sujets politiques ou trop généraux, les horoscopes ont pour domaine essentiel la vie quotidienne dans son ensemble. Au-delà d’une répartition entre féminin et masculin, c’est l’existence de thèmes traitant de cette quotidienneté qui explique leur présence dans certains journaux et leur absence dans d’autres. Dans ce cadre ainsi défini, la rédaction des horoscopes, que A. Esquerre définit comme un genre littéraire, a ses règles, officielles et officieuses, dont la plus importante est de distiller selon un savant dosage prédictions négatives et positives, à l’avantage subtil de ces dernières (p. 135-137). Les effets de ces écrits traitant de la vie quotidienne, tendus entre le flou et la précision, à valence plutôt positive, sont étudiés à travers les avis formulés par ceux qui les lisent. S’inspirant ici des travaux de Jeanne Favret-Saada sur la sorcellerie dans le bocage normand, l’auteur analyse les horoscopes comme des « énoncés roboratifs » (p. 150), qui « donnent de la force », « de l’énergie » selon les termes utilisés par leurs lecteurs ou auditeurs. Pour qu’il en soit ainsi, certaines conditions doivent cependant être remplies « qui tiennent principalement, du point de vue de [leur] réception, au moment de la prise de connaissance et à la capacité qu’a la personne qui en prend connaissance d’établir des relations entre ce qu’elle lit et ce qu’elle vit » (p. 153).

De l’énergie et du temps


Progressant dans la compréhension de ce processus, l’auteur analyse, dans la dernière partie de l’ouvrage, les conversations entre un astrologue et une consultante. Du contexte d’énonciation, du cadre matériel, de la corporéité, de la dramaturgie de ces échanges on saura peu de choses, hormis un portrait minimal des personnes en présence ; mais, affirme l’auteur, « la question des caractéristiques sociales et culturelles des deux protagonistes [...] ne constitue pas le cœur de l’analyse. » (p. 175). Il se fonde donc entièrement sur l’étude des énoncés verbaux.

Il est indispensable que l’astrologue, par différents procédés, établisse sa position d’autorité et mène l’échange. Cependant une consultation réussie repose sur ce que l’auteur nomme « le paradoxe de l’affirmation révélatrice » (p. 193 sq.). Il réside dans le fait que le consultant, tout en ayant le sentiment de n’avoir pas parlé, confirme à son insu les informations le concernant, avancées par l’astrologue. C’est ce dispositif de validation, cette coproduction, déjà analysés par Jeanne Favret-Saada dans un autre contexte, qui permettent de faire progresser l’entretien et l’accord entre les protagonistes. Lorsque celui-ci menace de se briser, le praticien met en œuvre diverses « techniques de flottaison » pour « se maintenir à flot » et empêcher la conversation de s’interrompre (p. 205 sq.).

Comme pour les horoscopes, l’impact attendu des consultations, plus, peut-être, que de fournir un savoir sur soi, est d’insuffler de l’énergie au consultant en le mettant dans une « position projective » par rapport à sa propre vie (p. 229) ; position qui résulte du séquençage du temps en périodes chargées négativement et positivement, ces dernières étant plus nombreuses dans l’avenir. Ainsi, horoscopes et consultations astrologiques « réduisent l’incertitude et donnent du temps, celui d’un avenir meilleur. » (p. 245). On pourrait prolonger cette analyse en suggérant que, permettant ainsi de dominer le temps de son existence, les prédictions astrologiques ont pour effet de transformer le consultant en acteur de sa propre vie.

L’ensemble de ces résultats, fondés sur l’étude des pratiques et des énoncés, met en lumière la position dynamique dans laquelle un astrologue peut conduire son consultant ou son lecteur — ou du moins l’effet que ses prédictions peuvent avoir sur ce dernier. L’auteur s’éloigne, ainsi, des thèses célèbres du philosophe et sociologue Adorno qui, analysant l’intérêt pour les prédictions astrologiques dans les années 1950, y décelait l’indice d’une soumission à l’autorité (p. 113 sq.).

Croire en actes


A. Esquerre insiste à plusieurs reprises sur l’un des écueils à éviter lorsqu’on étudie l’astrologie : aborder cette pratique du point de vue de la croyance. Il partage cette position avec Jeanne Favret-Saada qui affirme sans ambages que la croyance n’est pas un concept analytique : « Autant l’avouer : aussi longtemps que les ethnologues s’obstineront à parler de la "croyance", ils seront dans la situation de locuteurs ordinaires qui échangent des mots pour le plaisir, et non de chercheurs scientifiques visant la précision sinon la vérité. » [6] Il est vrai que cette notion, fort débattue et critiquée aussi bien par les anthropologues et les sociologues que par les psychologues et les philosophes, est bien malaisée à caractériser.

Cependant, des recherches récentes se sont éloignées de l’étude de la croyance comme une conviction stable et un contenu tenu pour vrai, pour s’intéresser à l’acte de croire, conçu comme « un processus dynamique et performatif » [7], un croire « multidimensionnel et d’intensité variable [qui] est donc avant tout envisagé comme une disposition à agir. » [8] Cette approche pragmatiste trouve sa source dans différents courants : d’une part la philosophie des actes de langage (Austin, Searle) et les travaux de Luc Boltanski et Laurent Thévenot, d’autre part l’approche philosophique de l’expérience (Peirce, Dewey). On ne doit pas, non plus, oublier le rôle central des travaux de Michel de Certeau dans l’introduction de cette perspective pragmatique [9]. Les études qui s’inspirent de ce courant mettent en avant les gestes, les attitudes, les engagements relationnels qui constituent l’acte de croire dans un contexte donné. Ils mettent aussi en lumière les oscillations, les fluctuations d’intensité que ce croire revêt, entre jeu et sérieux, assentiment ou scepticisme, pari ou certitude, souhait que « ça marche ».

Pour en revenir à l’astrologie, il semblerait, alors, que ce soit bien ce croire en actes qui constitue le ressort sous-jacent de ce que A. Esquerre nomme le « paradoxe de l’affirmation révélatrice ». Il expliquerait pourquoi une consultante peut fournir des informations sur elle-même à son insu et contribuer elle aussi à maintenir le lien même lorsque l’astrologue se trompe.

Freud, l’anthropologie et la divination


par Jeanne Favret-Saada

Enfin un livre de sciences sociales vif, intelligent, informé, qui part d’une question en apparence futile (« Pourquoi de nombreuses personnes ont-elles recours à l’astrologie au début du XXIe siècle en France ? »), et nous entraîne dans une enquête à rebondissements, constamment réjouissante. L’astrologie actuelle se présente sous deux formes, les horoscopes publiés dans les médias et les consultations au domicile d’un professionnel. A. Esquerre étudie chacune de ces deux modalités pour elle-même, en s’appuyant sur un travail d’enquête auprès d’astrologues, ainsi que d’ouvrages d’histoire et d’anthropologie. Plutôt que de présenter cette enquête, je voudrais marquer son inspiration, qui commence avec Freud, passe par mes propres travaux, et pointe au-delà de ce que nous avons tenté.

Un regret, au préalable. Dans le sous-chapitre « Des astrologues chez les psychanalystes », A. Esquerre évoque à plusieurs reprises « la » psychanalyse comme s’il s’agissait d’une discipline unifiée, alors qu’elle a toujours été un champ clos de batailles et d’exclusions réciproques, entre autres pour ce qui concerne la prédiction. Au temps de Freud, celle-ci était rapportée au champ de « l’occulte », qui proposait l’explication de faits devant lesquels la Science avait échoué : « l’occultisme » invoquait les « forces cachées » de la Nature (par exemple, celle des astres ou des ondes), ainsi que les « pouvoirs cachés » de l’être humain, son aptitude à manier les forces occultes — dont on dirait aujourd’hui qu’ils relèvent d’une « parapsychologie ». « L’occultisme » abordait des phénomènes et des activités aussi hétéroclites que la communication avec des esprits ou avec les morts (spiritisme), la radiesthésie, la magie, l’hypnose, la télépathie, et la clairvoyance (le domaine des mancies, cartomancie, oniromancie, et prédictions en tous genres).

On sait que Freud concevait la science comme un chantier perpétuel dont le seul outil serait la méthode expérimentale, et la seule philosophie possible, le matérialisme. Il n’accordait aucun crédit à la pensée des occultistes, mais il a dû les côtoyer parce qu’ils étudiaient certains phénomènes intéressant une science des dispositifs inconscients de l’esprit tels que la télépathie, la prédiction ou les rêves prémonitoires. Certains disciples de Freud, comme Jung ou Ferenczi, partageaient sa curiosité pour cet ordre de faits, et correspondaient avec lui à ce sujet : le maître ne cessait de leur rappeler les règles de la méthode scientifique, l’inévitable adhésion à une conception matérialiste de la Nature, et la nécessité de combattre « la boue noire de l’occultisme ». Par une ironie de l’histoire, les propres disciples de Freud — les conformistes, Ernst Jones — n’ont jamais cessé de craindre qu’il ne s’y engloutisse, et ils ont plusieurs fois empêché la publication de ses écrits sur la prédiction ou la télépathie. Pourtant, sa rupture avec Jung, en 1914, s’est faite autant sur le refus par celui-ci de la théorie de la sexualité que sur son théisme, sur son adhésion à la philosophie occultiste, et sur ses thèses relatives à la télépathie, qu’il expliquait par le recours à un « inconscient collectif » (il n’y a pas des esprits individuels mais un inconscient collectif, si bien que leur communication sans médiation ne pose pas problème).

Dès lors, on regrettera qu’A. Esquerre n’utilise pas l’histoire des mouvements freudien et jungien en France pour situer avec précision les relations entre « les astrologues » et « la psychanalyse » : il a raison de signaler que la divination a des aspects thérapeutiques et que les jungiens sont plus bienveillants que les freudiens envers les praticiens spiritualistes, mais cela reste un peu court, et ne rend pas compte de l’intérêt renouvelé de certains psychanalystes pour la divination au cours des années 1980 — celles, précisément, où ces astrologues se sont formés.

Dès les années 1910, Freud réalise que le ressort de la divination tient à un quelconque « transfert » de pensées du consultant à l’astrologue, mais il faut attendre les textes des années 1920 (et la publication, après sa mort, d »articles subtilisés par des disciples trop prudents) pour le définir. Il a souvent remarqué que les prédictions des devins, telles que les rapportent leurs consultants, ne se réalisent jamais à cent pour cent : l’événement invoqué n’est jamais tout à fait celui qui a été prédit, ou bien il n’intervient pas à la date indiquée. Pourtant, cet à-peu-près ne dérange pas le consultant, qui s’enthousiasme sur la part de vérité contenue dans la prédiction au lieu de dénoncer sa part d’erreur : Freud en conclut qu’un énoncé prédictif représente un désir réprimé du sujet sous la forme de sa réalisation à venir, et que cette représentation importe plus au consultant que la réalisation concrète et littérale de son désir. On pourrait dire, pour parler dans les termes d’A. Esquerre, la réussite d’un énoncé prédictif tient à son adéquation au désir réprimé, et non à ce qu’un état du monde soit effectivement modifié.

J’ai moi-même longtemps travaillé avec une désorceleuse-cartomancienne du Bocage, et analysé sa manière de procéder dans Désorceler (2005, Éditions de l’Olivier). L’ensorcellement est une crise vitale dans laquelle une famille de paysans est solidairement engagée et vient ensemble demander une aide magique. Madame Flora explore leur situation en s’aidant de jeux de cartes, et elle les introduit dans une sorte de thérapie en brouillant perpétuellement les temps des événements qu’elle évoque, le passé, le présent et le futur. Elle construit ainsi progressivement un récit de leur vie qui débouche sur leur acceptation de désigner nommément tel ou tel comme étant leur sorcier, et elle leur ordonne des magies mais aussi un changement complet de comportement.

Concernant la divination proprement dite, mon travail a montré les consultations comme des événements fort complexes, dans lesquels la prédiction de l’avenir tient une place plus modeste qu’on n’imagine, et où tout énoncé est l’occasion d’une négociation pied à pied entre les partenaires. Le schéma de Freud — le devin représente au consultant un vœu refoulé sous la forme de sa réalisation — paraît alors trop limité : d’abord, la situation est plus complexe que Freud ne le dit ; ensuite, les protagonistes concourent à la composition des énoncés divinatoires ; enfin, ceux-ci comportent plus que des désirs refoulés.

A. Esquerre étudie un petit nombre de consultations astrologiques auxquelles il n’a pas assisté, mais dont la consultante lui a remis un enregistrement. Je ne peux pas manquer de regretter qu’il n’ait pas lui-même longuement enquêté sur ces situations : certes, il analyse avec lucidité les limites de son matériau, mais il ne justifie pas sa non-implication, et il ne dit mot de son coût, avoir manqué l’occasion unique d’être surpris.

Reste que son travail met en cause, implicitement, celui de Freud comme le mien l’avait fait, mais il apporte au surplus une analyse très précise des procédés langagiers grâce auxquels l’astrologue s’oriente dans la situation du consultant et se prononce sur son futur. En effet, des « techniques de flottaison » lui permettent de n’avancer une prédiction qu’assortie de réticences ; et corrélativement, le consultant valide les énoncés pertinents, et produit constamment, sans le savoir, quantité d’ « affirmations révélatrices » à l’intention d’un astrologue nécessairement incertain.

Aux yeux de Freud, les prédictions et la télépathie posaient un problème à la conception rationnelle du monde, qu’il résolvait en recourant à l’ « occulte » des vœux inconscients. Nos recherches, plusieurs décennies plus tard, ont bénéficié de la linguistique de l’énonciation et des travaux sur les actes de langage qui, appuyés sur une description anthropologique traditionnelle, nous ont permis d’ignorer la question de la rationalité des conduites, et nous ont ouvert au processus de co-construction des énoncés divinatoires. Par rapport à mon travail, A. Esquerre fournit une analyse plus aiguë des mécanismes langagiers en cause, qu’il articule sur les plus récents travaux linguistiques et ethnographiques de la divination : Prédire devrait prendre sa place dans le débat scientifique international.[...]»

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