«Las
investigadoras Águeda Gómez, Silvia Pérez y Rosa Verdugo escribieron“El
Putero español”, un libro que analiza el fenómeno de la prostitución
desde el punto de vista del cliente. Su trabajo fue financiado por el
Instituto de la Mujer y ya está a la venta en librerías. Tratan de abrir
un debate sobre el sexo de pago del que no se suele hablar y quieren
desmontar dos mitos: que los hombres por naturaleza necesitan
desahogarse sexualmente y que legalizar la prostitución acabaría con las
situaciones de abuso. Ellas creen que es falso. Águeda Gómez es
profesora del departamento de Sociología de la Universidad de Vigo.
¿Cuáles son las motivaciones de los hombres para consumir prostitución?
Ellos apelan a que los hombres tienen unas
necesidades biológicas inminentes y básicas de carácter sexual,
mientras las mujeres pueden ligar más fácilmente, y acuden a estos
lugares como si cumpliesen una labor social. Pero no obtienen un placer
sexual pleno, porque el contexto no lo propicia. Nosotras pensamos y es
la hipótesis que lanzamos que es una forma de reforzar su identidad
masculina, su virilidad de cara a los otros hombres por eso el consumo
muchas veces es grupal. El modelo de masculinidad más tradicional
apelaba más a ser padre, protector y proveedor, ahora ya no es un
objetivo de éxito masculino, ahora puedes ser padre como complemento de
tu vida, las mujeres también trabajan y el papel de protector en una
sociedad más igualitaria tampoco lo cumplen. Entonces lo único que les
queda es ese espacio de demostración de sexualidad incontenida para
reafirmar su virilidad.
¿Es más un componente psicológico que físico?
Sí, desde un punto de vista sociológico
las identidades masculinas y femeninas son construcciones sociales que
dependen del momento histórico, de la sociedad. Ahora se hace énfasis en
esa parte de la hipersexualización. Eso esconde una visión ideológica
de la realidad, patriarcal en este caso, y nosotros decimos que el que
acude no es el supermacho sino el que tiene carencias o cierta
debilidad.
Ustedes realizan una clasificación con cuatro tipos de puteros. ¿Los hay buenos y malos?
La clasificación la hicimos a partir de
los discursos que ellos desplegaban cuando les preguntábamos por qué
iban y cómo veían a las mujeres. Sí hay una gradación. En el polo más
extremo está el cliente misógino, que demuestra más agresividad y odio a
las mujeres. Parte de que todas somos putas, falsas y mentirosas, un
imaginario presente en nuestra sociedad y lo que busca es denigrar a la
mujer.
¿Quien estaría en el otro polo?
El llamado cliente crítico, que comparte
una subcultura masculina en el grupo de hombres y que acudieron alguna
vez a estos espacios pero al final elaboraron un pensamiento crítico más
reflexivo sobre por qué estaban ahí esas mujeres y ya no volvieron.
¿Y los otros grupos?
En medio estaría el cliente amigo que
establece relaciones más empáticas con las mujeres y en principio de más
respeto y acaban creyendo que están ligando y que las hacen disfrutar
cuando es parte del teatro que hacen ellas para que acaben antes. Aun
empatizando con ellas siguen yendo, no quieren dejar ese privilegio. La
cuarta categoría es el cliente que llamamos mercantilista, es un perfil
más joven que el resto y que aplica la lógica consumista, compra un
servicio en el mercado sin mayores problemas éticos y morales. Esto es
lo que más nos llamó la atención: jóvenes universitarios que tienen las
herramientas cognitivas para saber cuándo se da una situación de
explotación o machista o injusta, pero lo ignoran y se ven como
consumidores comprando emociones. Es una forma de entender las
relaciones humanas muy distorsionada. Intuimos que hay una especie de
masturbación porque tratan al otro como un objeto, también con pautas de
consumo grupal en las que hay cierto homoerotismo porque les pone
pensar que todos van de putas y no el hecho sexual en sí.
El 30% de los hombres acudieron alguna vez a estos espacios. ¿Cómo lo explican?
Es tal el número estadístico que no
podemos hablar de anormalidades individuales o psicológicas, es una
anormalidad sociocultural. ¿Qué está pasando en nuestra sociedad para
que haya esas carencias, esa anemia afectivo-sexual, esa falta de
comunicación y de relación con nuestro cuerpo de manera más plena o sana
para que los hombres tengan que acudir a eso.
¿Por qué se da esa anemia?
Dominan valores muy capitalistas, muy
mercantilistas, los valores más humanos quedan un poco relegados. Y es
cierto que la educación sexual que recibimos tampoco ayuda, nos dan
información de los genitales y de enfermedades de transmisión sexual,
pero no una educación de las emociones, vincular tus emociones y las del
otro.
¿Cuántas mujeres eligen libremente este trabajo?
Un porcentaje alto de mujeres se iniciaron
a través de la trata y las coacciones, una vez que entran les resulta
muy difícil salir. Luego hay un grupo minoritario que lo hace
libremente, pero no es el perfil que encontramos de forma masiva.[...]»
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